Hugues Assou Tatoa

 

365 TESTIMÓNIOS DE HOSPITALIDAD

Hermano

Africa

Hugues Assou Tatoa

 

La historia de mi camino hacia nuestro Padre San Juan de Dios inició un día que estaba en mi cuarto año de la escuela primaria, en el pequeño pueblo donde nací hace ya 32 años.

Atraído por el servicio en el Altar, al principio quería ser monaguillo, convencido de que era el camino hacia el seminario para luego ser sacerdote. En esa época sólo conocía a los sacerdotes y a las religiosas. Pero antes de ser monaguillo había que asistir al catequismo y hacer la primera comunión.

Empecé rápidamente el catequismo, luego la primera comunión, pero no conseguí ser monaguillo en la parroquia; fui más bien corista.

Después del primer ciclo de secundaria, entré en el Colegio Saint Albert le Grand en la Diócesis de Atakpamé dirigido por los Hermanos del Sagrado Corazón. Allí, descubrí por primera vez a los religiosos al servicio de los jóvenes.

Pronto me convertí en un miembro del grupo vocacional del colegio, esto me abrió las puertas para descubrir la riqueza que existe en la vida religiosa. Convertido en Aspirante, tuve el privilegio de ver periódicamente, en los Hermanos del Sagrado Corazón, al responsable de la pastoral vocacional para compartir con él tanto mis dificultades como mis aspiraciones. Es gracias a este Hermano canadiense, enfermero, que descubrí mi llamada a servir a las personas enfermas.

En efecto, este Hermano estaba a cargo de la Enfermería del Colegio y se ocupaba muy bien de nosotros cuando teníamos alguna dolencia. Era amable y estaba disponible a cualquier hora del día y de la noche. Esto me marcó mucho y pensé que algún día sería como él, completamente volcado en los enfermos. Nada me interesaba más que convertirme en una persona consagrada al Señor y dedicada al mundo de los enfermos.

Al día siguiente de los resultados del examen de bachillerato, atraído por los bienes del mundo, decidí empezar un curso universitario igual que todos mis compañeros del Liceo. Atraído por el mundo de la salud, me matriculé en la Facultad de Medicina de la Universidad de Lomé, abandonando así a los Hermanos del Sagrado Corazón que me proponían que empezara ya el camino para entrar en el postulantado.

Después de tan siquiera unos meses de cursos universitarios me invadió mi primer deseo de entrar en una congregación. Encontré a los Hermanos de San Juan de Dios del Noviciado, el maestro de novicios de aquel entonces: el Hermano Léon M’BENGUE me aseguró que la Orden estaba enteramente dedicada al servicio de los enfermos.

¡Qué alegría después de este primer encuentro! Estaba feliz por haber encontrado el lugar donde realmente deseaba pasar mi vida. Sin avisar a mis padres, en secreto decidí dejar mis estudios de medicina para empezar el camino en la Orden de San Juan de Dios. Mi familia no se opuso a esta decisión. 

En agosto de 2004 empecé mi camino como aspirante, seguido del pre-postulantado y del postulantado antes de entrar en el noviciado en agosto de 2006.

Hoy en día, después de mis estudios de espiritualidad y de mi formación en enfermería, ejerzo con alegría mi consagración cerca de los enfermos en un Hospital de los Hermanos en Afagnan.

Siendo el único religioso de esa planta, me sorprende siempre comprobar que los enfermos y los familiares notan enseguida en mi manera de recibir, de hablar o de curar que soy diferente de los demás enfermeros. Me dicen que me aprecian porque soy « dulce, paciente en  mis gestos y sobre todo disponible a la hora de escucharlos cuando lo necesitan».

En efecto he guardado en mi breviario la oración de la mañana de San Francisco y, cada mañana le pido al Señor que me dé la fuerza y la tranquilidad para mirar al mundo con ojos llenos de amor; ser paciente, comprensivo y dulce para que todos aquellos que se acercan a mí sientan la presencia del Señor. Me he puesto como deber visitar a los enfermos de mi planta y sobre todo a aquellos que se encuentran en un estado crítico. Los enfermos y sus parientes me dan las gracias por esas visitas que, a pesar de ser sólo de unos minutos, les reconforta en su lecho de sufrimiento; los padres se sienten apoyados por un religioso, un hombre de Dios y tienen confianza en que rezo por ellos para que recobren la salud.

El domingo después de la misa, con mi hábito, doy una vuelta por la planta para saludar a los enfermos y es una ocasión para muchos de ellos para entender lo que hace que yo sea tan diferente y particular.

Aun no siendo el primer responsable del servicio, me sorprende siempre que los padres de los enfermos sobrepasen a los enfermeros que se encuentran en la planta para venir a buscarme a mi si tienen algún problema, a pesar de que en los demás enfermeros pueden encontrar igualmente una solución. 

Esto es para mí el testimonio más bello de mi vocación hospitalaria siguiendo los pasos de nuestro Padre San Juan de Dios. He entendido que para encarnar al Cristo compasivo y misericordioso ante mis hermanos enfermos, he de rezar ante todo, luego ser paciente y sobre todo estar disponible en cada instante para escuchar, y finalmente tratar al prójimo, al enfermo, acompañándole y respetando su dignidad de hijo de Dios querido por Dios.

A pesar de todo hay días en que el cansancio me invade, y a veces también el estrés. No consigo realmente entregarme a los demás para escuchar o acoger con benevolencia, pero todo se soluciona cuando recobro mis fuerzas y mi alegría de trabajar.

Mi alegría hoy es servir a mis hermanos enfermos, y mi oración es que el Señor, por intercesión de su Madre, la muy santa Virgen María, continúe fortaleciéndome en este camino hacia la caridad perfecta. 

 

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