La hospitalidad para mi tiene mucho que ver con la espontaneidad y con la flexibilidad. Se trata de acoger al otro, no importa cuando, donde y como. Lo que cuenta es hacerlo con el corazón abierto. Esto puede conllevar incluso la necesidad de poner de lado nuestras convicciones. La hospitalidad exige identificar las necesidades del otro y hacer realmente su bien. Esto exige al mismo tiempo unos oídos abiertos a la escucha y la capacidad de saber estar en silencio y, por qué no, la capacidad de saber cocinar el plato preferido del huésped…

En mi trabajo en el centro para enfermos terminales (hospice) experimento constantemente, además de la elevada profesionalidad, este espíritu de hospitalidad. La palabra hospice deriva del hospitium, que indica precisamente un lugar de hospitalidad. El echo de satisfacer los deseos de nuestros huéspedes de forma incluso no convencional sino concreta es algo que da mucha alegría. Hay que tener el valor de pensar de forma creativa.

Hemos tenido a un paciente al que le encantaba tomar un auténtico café expreso después de comer. No le gustaba el típico café del Hospice. Por suerte descubrimos que la máquina de café de la sala reservada para los médicos hacía precisamente el café que le gustaba a ese paciente. Le preparamos por lo tanto, cada día, su querido café, en una tacita pequeña, haciéndole feliz en sus últimos días de vida. También hemos montado camas para que los matrimonios pudieran estar juntos e incluso jugamos con los niños de los familiares.

Son pequeños gestos que no forman parte del marco clásico de la actividad clínica. No pretenden sustituir la actividad médica y profesional, pero hay que interpretarlos como una actividad accesoria que es la expresión de nuestro respeto y de nuestra consideración por nuestros huéspedes y por sus deseos y necesidades individuales, son simplemente una expresión de hospitalidad.