Nací el 22 de enero de 1985 en Lomé. Después de mi bautizo y de mi confirmación entré en un grupo católico: La Legión de María, donde una de nuestras actividades era visitar a los enfermos. El sentimiento que me aportaban las visitas a los enfermos me daba la voluntad de esmerarme cada vez más por ellos. Una tarde, volviendo del servicio, encontré a un amigo que aspiraba a formar parte de la Orden hospitalaria de San Juan de Dios. Esa tarde él tenía un encuentro con el hermano encargado de las vocaciones. Me invitó entonces a que le acompañara. Después del encuentro, el hermano me preguntó si quería tener una experiencia en de una de sus comunidades. Al principio no acepté. Después de un tiempo, mi amigo me pidió una vez más que le acompañase y esta vez el hermano me propuso una visita a uno de sus hospitales. Después de un tiempo de reflexión, decidí ir con mi amigo a visitar ese hospital. Al llegar, me sentí invadido por el sufrimiento de los enfermos, sobre todo de los más pobres. Era la primera vez que veía un hospital lleno de enfermos, la mayoría de ellos pobres. También me sorprendió ver cuanto trabajaban los hermanos; su manera de trabajar y de asistir a los enfermos me impresionó mucho. Volviendo a casa, el hermano notó por mis comentarios que me había gustado esa experiencia. Me propuso entonces formar parte de esa familia religiosa para así poder yo también ayudar a los enfermos. Mi respuesta siguió siendo negativa. En casa no conseguía dejar de pensar en esa experiencia. Después de unos meses de reflexión decidí hablar de mi decisión de ser hermano de San Juan de Dios con mis padres. Al principio estuvieron en contra de mi idea. Pero luego me dieron su aprobación y su bendición. Volví entonces a ver al hermano y le informé de mi decisión de entrar en el convento. Me felicitó y unos días después rellenó toda la documentación y me envió al postulantado.