« Aceptar mis fragilidades significa arriesgarme en la  Hospitalidad » 

60 años al servicio de la Hospitalidad, 60 años durante los cuales me he arriesgado a seguir a Cristo en la fragilidad de la vida, 60 años  optando por seguir el ejemplo de San Juan de Dios. Recuerdo perfectamente mi primer « SI ». Casi parece que fue ayer. Meditando sobre ello puedo afirmar que « decir SI » significa atreverme a vivir plenamente mi humanidad. No sólo a pesar de mis fragilidades sino también y sobre todo a través de mis fragilidades. Creo que en mi infancia pasó algo que confirmó esta opción por estar al servicio de los más pobres. ¿Qué pasó? Visceralmente dolido por lo que le pasaba a un ser querido, impactado por la narración de un echo, mi familia, un religioso, un rostro o incluso, indignado, escandalizado frente a situaciones que consideraba inaceptables, sentía que algo crucial estaba en juego y que de ello dependía la dignidad de nuestra humanidad. » Francamente no sé que pasó. Sin embargo, tanta indignación ante las dificultades del prójimo significa que de una forma un otra debía estar cerca de él. Responder a la llamada del más frágil, comprometerme a su lado, supone el haber sido tocado por la gracia de Dios y también por él, el pobre y enfermo en sus carnes. Es interesante la lección del Buen Samaritano en el Evangelio: primero hay que estar suficientemente cerca del otro, con una actitud juandediana. La compasión por ejemplo, no significa ocupar el lugar del otro (puesto que eso nunca es posible) sino más bien aceptar « estar con el otro » en su prueba, y ser para él un auténtico « compañero de camino », como el Buen Samaritano o como San Juan de Dios.  Así, aceptando ser vulnerable frente al otro, la hospitalidad se hace posible. Ser recibido por el otro, ser acogido por él, compartir de forma auténtica… exige a menudo la posibilidad de reconocer mi pobreza y mi vulnerabilidad. Este es el fruto de mi meditación del día.