Soy un novicio de segundo año y vengo de una familia de clase media. La parroquia se encuentra lejos de mi pueblo, pero mis padres nos llevaban igualmente a la Iglesia todos los domingos. Trabajábamos duramente en nuestra granja, pero todos los días rezábamos las vísperas en familia. En la escuela el párroco y las Hermanas me animaban a participar en la Santa Misa y en las clases de catecismo. Lo hice así hasta el 12º grado. Mi pueblo es muy remoto y era muy difícil acudir a la Iglesia y a las clases de catecismo, pero yo hacía todos los esfuerzos posibles por acudir a la Iglesia y participar en sus actividades. Era miembro de la organización juvenil de la parroquia e iba a los retiros y demás programas organizados por la parroquia. Todo ello me ayudó a conocer más a Jesucristo y los temas religiosos. Rogaba a la Virgen que me ayudara a realizar mi vocación y sentía atracción por entrar en la Orden de los Hermanos de San Juan de Dios. Informé a mis padres y al párroco. Los Hermanos de San Juan de Dios eran muy conocidos en mi parroquia porque el párroco apreciaba mucho el carisma de Hospitalidad de los Hermanos y la forma en que lo ponían en práctica, con sus obras a beneficio de los pobres y enfermos de varios pueblos. Me animó y me entregó una carta dirigida a los Hermanos. Visité a los Hermanos con mi padre y me acogieron con la misma hospitalidad por la que son tan conocidos.