Matilde Cáceres Lianes

 

365 TESTIMÓNIOS DE HOSPITALIDAD

   

Voluntaria

Andalucia

Matilde

Cáceres Lianes

 

Que mitiga, suaviza o atenúa. Con esos tres adjetivos bien presentes en mi mente y convertidos en verdaderas intenciones me acerco a conocer a cada nuevo enfermo que llega al Hospital, inmerso ya en el irremediable trance que la vida nos propone al final de la primera parte del camino.

Cuando te acercas por primera vez al enfermo, y conoces también a su familia, tratas de transmitir calma y cercanía, sabiendo que el trance, ese difícil momento, no es tuyo, no te pertenece. Sabiendo que ellos marcarán las pautas, los tiempos de conversación, las necesidades de afecto. Tu disposición y entrega como voluntaria siempre es plena y son el propio enfermo y sus allegados los que van moldeando la relación que establezco con ellos.

Pero resulta que conforme pasan los días y se profundiza en el trato con el enfermo, mis intenciones siguen intactas, mi determinación de ayudar también, sin embargo, aquellos tres adjetivos que configuran el sentido de la palabra “paliativo” se convierten en sensaciones y emociones de ida y vuelta. Ocurre en todos los casos, en el trato con todos y cada uno de los enfermos, por muy diferentes que éstos sean:

Mitigo mis decepciones causadas por aquellos actos de los que no me puedo sentir orgullosa.

Suavizo mi espíritu y mi carácter, acrecentando la compasión, respeto y tolerancia en la manera de ver las cosas.

Atenúo mis miedos ante momentos difíciles al ver la valentía y entereza con la que algunos afrontan el final de su vida.

Por eso la ayudada, en cierta forma, acabo siendo también yo, por eso ayudar al prójimo es ayudarse a uno mismo, por eso mi gratitud en este testimonio hacia todos aquellos que me han abierto un hueco en su vida, precisamente en el momento en la que ésta se agota, permitiéndome compartir con ellos el final de su primera parte del camino. 

 

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