Jacob Ketchen
365 TESTIMÓNIOS DE HOSPITALIDAD |
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Hermano |
Africa |
Jacob Ketchen |
Deseo compartir brevemente acerca de mi experiencia con los Hermanos Hospitalarios de San Juan de Dios. Entré a formar parte de esta noble familia en 2004, tras haber completado el bachillerato. Hasta la fecha, considero que mi experiencia ha sido muy buena. Decir que ha sido muy buena no significa que haya sido todo color de rosa, puesto que he tenido altos y bajos, como es normal al avanzar en esta vida donde lo compartimos todo.
Como individuo, durante el proceso de formación, adopté un “vademécum” personal, es decir la sencillez y la apertura. Es lo que me ha ayudado hasta ahora. Todos los desafíos que implica la formación he podido resolverlos con este lema. Me ha impresionado el sistema de formación, que en mi opinión tiene el fin de encanalar a los Hermanos individuales para que alcancen la responsabilidad de sí mismos. Durante todo el proceso he podido contar con el apoyo de los Hermanos mayores durante este período tan importante de la formación, un apoyo brindado bajo forma de consejos personales y del ejemplo personal en las comunidades. Nos sometemos a las situaciones de la realidad de la vida religiosa en la actualidad desde todas las perspectivas distintas.
Mi experiencia en las distintas comunidades también ha contribuido a mi crecimiento personal en la Orden. Tomar mis decisiones por mí mismo y la disciplina son algo que he impuesto a mí mismo. Deseo reconocer la atención de los Hermanos en las distintas comunidades que me han ayudado a superar todas las dificultades de la vida en comunidad. Siento que de no haber elegido vivir como Hermano de San Juan de Dios, mi vida me habría parecido incompleta. Esto se debe a la riqueza de vivir en comunidad y de estar al servicio de los más necesitados. Lo compartimos todo, las grandes alegrías así como los dolores y dificultades. La experiencia de ver a un Hermano mayor comportarse como uno más joven y de ver a un joven que se comporta como una persona mayor para encajar ambos en los mismos zapatos es algo muy peculiar de las comunidades. Es así que se practica de cierta forma la hospitalidad en la comunidad antes de compartirla con los demás fuera de la misma. La vida de oración está al centro de todo.
El don de la hospitalidad no sólo me ha dado la posibilidad de expresar amor y de prestar servicio en la comunidad, sino que me ha dado la fuerza de ponerme al servicio de los pobres y de los necesitados. Como enfermero he podido compartir exitosamente mi profesionalidad con otros miembros del personal y sobre todo con los enfermos. Siento que estoy realizando la misión al atender a los pacientes con el corazón de un profesional, pero también con el corazón de un Hermano Hospitalario de San Juan de Dios. En mi experiencia, he podido compartir la felicidad (la sanación de un paciente) y también los momentos tristes con los pacientes (cuando no consigo responder totalmente a la necesidad de un paciente, en especial cuando es imposible impedir su muerte). Ha sido un beneficio de doble vía, puesto que yo también me he beneficiado de los pacientes que me ayudan a lograr la satisfacción del servicio al prójimo como hospitalario, al igual que los demás se benefician de mi ayuda. He tenido momentos de frustración cuando no he conseguido ayudar a un paciente o cuando alguien ha fallecido. Esta frustración hace que surjan preguntas a las que sólo Dios puede contestar, visto que se trata de la vacuidad de nuestro ser y de nuestra dependencia de Dios. Sin embargo, la comunidad siempre ha sido una motivación que me ha llevado a seguir adelante en todas las situaciones.
Me da mucha satisfacción el haber podido realizar mi deseo inicial de ser una persona consagrada y de ponerme al servicio de los pobres. El compartir en la vida en comunidad también ha sido algo muy positivo. En el pasado, solía preguntarme: de no haber entrado en la vida religiosa, ¿hay algo que podría darme el mismo nivel de satisfacción?