La misión que tengo encomendada como voluntario del Hospital San Juan de Dios de Barcelona es que los pacientes se olviden durante unos instantes de su estado actual. La particularidad de este objetivo es que el enfermo no es el “convencional”, sino niñas y niños.

Ser joven supone un valor añadido en esta tarea. Mi experiencia reciente en esta edad me da una óptica para poder comprender y establecer un trato al mismo nivel, evitando así una relación paterno-filial. Es aquí donde mi concepto de hospitalidad gana importancia, ya que, aparte de la acogida que ofrezco a los demás, puedo entender las necesidades de la infancia y adolescencia en un mundo cambiante. Esto me permite actuar de un modo personalizado según cada persona.

En segundo lugar, dar respuesta a adversidades de todo tipo ha hecho que vaya adquiriendo un grado de madurez cada vez mayor. No obstante, intento no cometer el error de pensar que ya lo he visto todo. El hospital siempre sorprende y da lecciones a todo el mundo. Por ejemplo, al principio tuve que asimilar enseguida que a la gravedad de la enfermedad muchas veces se le suma la marginalidad por estrato social o procedencia.

En la época en que vivimos, los jóvenes estamos más concienciados que nunca que algo tiene que cambiar y esta es la fuerza que me obliga a dedicar parte de mi tiempo a una demanda social. Porque si la juventud no participamos en el progreso colectivo, ¿quién se responsabilizará del desarrollo?