Hermanos y Colaboradores juntos para servir y promover la vida
Reflexión sobre la colaboración de los laicos con la vida y la obra de la Orden
INTRODUCCION
1 Ya en los orígenes, la Orden Hospitalaria
asoció a su apostolado caritativo a
laicos no pertenecientes a la comunidad de Hermanos. La colaboración de
personas piadosas o deseosas de servir a los enfermos y necesitados, ha sido
una constante en la historia de la Orden. Sin embargo, principalmente desde el
Capítulo extraordinario de 1979, se impulsó el movimiento que promueve la
relación entre los Hermanos y los colaboradores, con el fin primordial de
conseguir una asistencia cada vez más eficiente y humanizada, orientada a la
evangelización de los destinatarios de nuestra misión.
El Capítulo General de 1988 marcó un
momento que podemos definir "histórico", pues primera vez en la
historia de la Orden vió la participación de Colaboradores laicos, que representaban
a las Provincias de la Orden. En el mismo Capítulo se constató que no se podía
tomar una postura definida sobre el movimiento
de laicos, puesto que la variedad de ámbitos en los que está presente la
Orden, no facilitaba la acepción de un significado unívoco. Se optó por una
declaración amplia que orientara la reflexión posterior, hasta llegar a una
definición concreta por parte de la Orden, encomendando al Gobierno General
que se responsabilizara de clarificar "los conceptos y los niveles de
relación y participación de los Colaboradores en la vida de la Orden"[1].
2 Algunos meses después de concluido el
Capítulo General, fue publicada la
Exhortación Apostólica Christifideles laici, que recoge las aportaciones
de los Obispos durante el Sínodo de 1987. En ella se insiste en la necesidad de
reconocer y promover la misión de los fieles laicos en la Iglesia, y se dan
orientaciones acerca de la colaboración concreta que están llamados a prestar
en el ámbito de la evangelización, como respuesta personal a la consagración
bautismal.
Razones que motivan la publicación de este
documento
3 La razón más importante, sin duda, se apoya
en la finalidad apostólica de los
Centros de la Orden que, como es obvio, no se puede pretender realizar aisladamente:
es necesario expresar nuestra comunión con la Iglesia, acogiendo gozosamente
su invitación a integrar a los Colaboradores en la evangelización del Mundo de
la Salud, teniendo en cuenta que los
enfermos y los necesitados tienen derecho a ser evangelizados.
4 Otro motivo importante que avala la
oportunidad de este documento, es el
hecho del cambio que se ha producido en el Mundo de la Salud. Vale la pena,
aunque sea conocido, tener presente que, hasta hace unas décadas, los Centros
de la Orden tenían una estructura organizativa y de gestión que permitía a los
Hermanos realizar casi todas la funciones. La presencia de los Colaboradores en
la asistencia y en la dirección era mínima. Actualmente, en la casi totalidad
de los Centros, ésta se ha multiplicado, mientras la de los Hermanos ha
decrecido.
Esto exige a los Hermanos resituarse en el
Centro, teniendo en cuenta la realidad, en coherencia con su vocación.
Objetivos de este documento
5 El objetivo inmediato es cumplir lo que el
Capítulo enco- mendó al Gobierno
General, es decir, clarificar los conceptos y los niveles de realación entre
los Colaboradores y los Hermanos.
Sin embargo, este objetivo presupone
algunos más, entre los que señalamos:
- Fundamentar
doctrinalmente los niveles de relación entre los Hermanos y los Colaboradores.
- Definir
debidamente los términos que se emplean, y los niveles de participación de los
Colaboradores en la vida de la Orden, para llegar a un lenguaje común.
- Superar
las dificultades de comprensión y relación que existen entre los diversos
grupos y que, como resultado, provocan el distanciamiento y privan a los destinatarios
de la asistencia, de un servicio más eficiente y humanizado.
- Conseguir
una verdadera alianza entre las
personas que colaboran, en los Centros de la Orden, en la asistencia de los
enfermos y necesitados.
Terminología
6 Para la recta comprensión e interpretación
de este documen to, es importante
tener en cuenta el sentido que se da a los términos que en él se emplean, con
el fin de superar algunos equívocos. Señalamos los principales:
- Laicos.
Se entiende en el sentido que le da la Iglesia, es decir:
"Con el nombre de laicos -así los
describe la Constitución Lumem Gemtium- se designan aquí todos los
fieles cristianos, a excepción de los miembros del orden sagrado y los del
estado religioso sancionado por la Iglesia; es decir, los fieles que, en cuanto
incorporados a Cristo por el Bautismo, integrados al pueblo de Dios y hechos
partícipes a su modo del oficio sacerdotal, profético y real de Cristo, ejercen
en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte
que a ellos les corresponde"[2].
- Colaboradores.
El LXII Capítulo General incluye en este
término a los "Trabajadores, Voluntarios y Bienhechores."[3]
Este es el significado que tiene en el documento.
- Trabajadores.
Se entiende aplicado a todas las personas que
expresan su capacidad de servicio al prójimo en los centros de la
Orden, con un contrato laboral. No se incluye a los Hermanos de la Comunidad.
- Voluntarios.
Son las personas que, animadas de diferentes motivaciones, dedican parte de su
ser, por tanto de su tiempo, de forma generosa y desinteresada al servicio de
los enfermos y necesitados, colaborando activamente en la humanización de la
asistencia, en los Centros de la Orden.
- Bienhechores.
Personas que ayudan económica y/o espiritualmente a la Orden.
- Mundo
de la Salud. Se emplea esta denominación genérica, con el fin de englobar
las diferentes formas de asistencia a enfermos y necesitados, con las que la
Orden expresa su misión.
Algunos presupuestos
7 Los Centros de la Orden están sujetos a las
normas generales de las instituciones
similares, cuando se trata de definir y realizar los fines sociales, y en lo
concerniente a la contratación de los trabajadores. Sin embargo, es fundamental
tener en cuenta las peculiaridades por las que se rigen, también reconocidas
por las leyes de la mayoría de las naciones.
A. Carácter confesional de los Centros de la
Orden
8 La razón de ser de la Orden Hospitalaria es:
"Vivir y manifestar el carisma de la
hospitalidad al estilo de San Juan de Dios"... dedicada "al servicio
de la Iglesia en la asistencia de los enfermos y necesitados"..., para
mantener "viva en el tiempo la presencia misericordiosa de Jesús de
Nazaret" y, de este modo, ser "signo y anuncio de la llegada del
Reino de Dios"[4]
Por tanto, sus centros se definen "confesionales".
9 No es necesario justificar el derecho de la
Iglesia y, en consecuencia, de la
Orden, a organizar y dirigir centros asistenciales que, realizando tareas que
de suyo competen al ámbito de lo "temporal", convierten la tarea
social en acción evangelizadora. Con ésto, la Iglesia no hace más que continuar
expresando
el amor de Dios a los hombres, mediante acciones con la que Jesús de Nazaret lo
manifestó. Acciones a las que él dio el valor de "signos" visibles de
la llegada del Reino de Dios, y de su cualidad de Mesías. (Cfr. Lc 7,
18-23)
La Orden, al sentirse continuadora en la
Iglesia de la acción misericordiosa y salvífica de Jesús, siguiendo el camino
de Juan de Dios, lo hace desde una perspectiva
ecuménica: abierta a todos y, por tanto gozosa de servir a cuantas
personas lo necesitan, creyentes o no creyentes, cristiano o pertenecientes a
otras confesiones religiosas.
Por lo mismo, respetará siempre cualquier
forma de pensar y sentir y atenderá con a cualquier solicitud que, desde otras
creencias religiosas, expresen las personas atendidas en sus Centros.[5]
10 Al mantener centros propios, la Orden
Hospitalaria lo hace con la misma
intención que animó a su Fundador, tras experimentar en carne propia la
deshumanización de la asistencia a los enfermos acogidos en el Hospital Real
de Granada:
"Y viendo castigar los enfermos que
estaban locos con él,decía: Iesu-Cristo me traiga a tiempo y me dé gracia para
que yo tenga un hospital, donde pueda recoger los pobres desamparados y faltos
de juicio, y servirles como yo deseo"[6].
Su deseo era, ni más ni menos, servirles con amor, procurándoles
cuanto contribuyera a su salud, bienestar y salvación. Hoy diríamos una asistencia integral, con sentido evangélico.
11 Esto no significa que la Orden limite la
asistencia a los centros propios.
Nunca ha sido así, ni siquiera en tiempo del Fundador. En realidad, la rápida
difusión de la Orden se debió, en gran parte, a que los Hermanos acompañaban la
Armada Española, para atender a los enfermos y heridos. Además, los Hermanos respondían,
siempre que les era posible, a las invitaciones de los Obispos y de las
autoridades civiles y se hacían cargo de hospitales de las diócesis y de los
municipios. Las actuales Constituciones de la Orden mantienen la misma línea,
de acuerdo con la tradición.[7]
12 La propiedad de los centros, tampoco se puede
entender como intención de
discriminar a ninguna persona. Los Centros de la Orden, comenzando por el
primer hospital de Juan de Dios, están abiertos a todos: "Siendo esta casa
de carácter general, se reciben en ella, sin distinción, enfermos y gentes de
todas clases"[8].
Las palabras "se reciben enfermos y
gentes de todas clases", hay que entenderlas en sentido amplio: toda
clase de enfermos y necesitados, hombres y mujeres de diferente raza, credo y
condición social.
Así se ha mantenido a lo largo de los
siglos, como lo atestiguan las Constituciones de la Orden.
13 A la base de todo, como se deduce del deseo
de Juan de Dios, está el principio de hacer el bien, bien hecho: no limitarse
a una asistencia sin vida, descuidando la calidad, sino uniendo el sentido de
caridad cristiana al de justicia, para ofrecer a los enfermos y necesitados un
servicio eficiente y cualificado, científica y técnicamente[9].
B. Filosofía de la Orden
14 Del carácter confesional de los Centros, se
deduce que la Orden cuenta con una
inspiración original, una tradición secular y un sentido de apertura a las
orientaciones de la Iglesia y a los cambios socio-políticos que, tácita o
expresamente, se traducen en una filosofía
propia. Esta no se limita al cuerpo doctrinal -teológico, jurídico y
consuetudinario- que fundamenta y regula la estructura, la orientación y el
funcionamiento de sus instituciones asistenciales. A éste hay que sumar lo que
podemos denominar el estilo propio
de entender y practicar el don de la
Hospitalidad que, en definitiva, anima e impulsa la expresión concreta,
teórica y práctica, en una doctrina, normas y costumbres que apoyan y regulan
la misión de la Orden.
15 Aunque la Filosofía de la Orden se desarrolla
en otro documento, al que remitimos
para mejor información, es bueno tener en cuenta los principios fundamentales
que la inspiran, y que indicamos a continuación.
1. La Orden Hospitalaria surge en la
Iglesia y en la sociedad como fruto del don de la Hospitalidad, que el Espíritu
Santo concedió a su Fundador, San Juan de Dios. El, animado de una fuerza
interior, fundamentada en la experiencia del amor misericordioso de Dios y en
una fe profunda, tradujo el don recibido en la entrega plena de su persona al
servicio de Dios en los pobres de la ciudad de Granada[10].
2. El ejemplo de Juan de Dios animó a otros
hombres a seguir su estilo de vida. Se sintieron motivados a servir a Jesucristo
en los pobres, para imitarlo y colaborar con El en la salvación del prójimo[11].
3. Los Centros de la Orden tienen, por
tanto, sentido apostólico-asistencial,
entendido así:
- La
experiencia de ser amados misericordiosamente por Dios, anima a los Hermanos a
consagrar su vida a Dios en el servicio a los enfermos y necesitados[12].
- El
apostolado, fin último de la Orden, se realiza en y mediante la asistencia integral a los necesitados[13].
4. La misión
de la Orden se inspira en el "espíritu" del Fundador; en los
principios de la caridad cristiana; en las orientaciones de la Iglesia
Católica, especialmente en cuestiones de Bioética y Doctrina Social; asume la
legislación de cada nación sobre la asistencia sanitaria y social, cuando no
lesiona los derechos de la fundamentales "de la persona a nacer, vivir
decorosamente, ser curada en la enfermedad y morir con dignidad".[14]
5. Los
destinatarios de la misión de la Orden son todas las personas que sufren a
causa de la pobreza, la enfermedad y la marginación social, sin excluir a nadie
a causa de la raza, religión, ideología y clase social, orientándose
preferentemente a los más necesitados[15].
6. Los Centros de la Orden están dispuestos
a colaborar con el estado y con otras instituciones, siempre y cuando sean reconocidos
y aceptados los principios apostólicos, éticos y jurídicos que inspiran y
animan su actividad.[16]
7. La Orden valora, asume y promueve el
progreso científico y técnico, que se ha producido , y está en constante evolución,
en el Mundo de la Salud. Está decidida a valerse de cuantos medios facilitan y
promueven el servicio integral a los enfermos y necesitados, en cuanto
contribuyen a su rehabilitación y reinserción social[17].
8. La Orden valora, acepta y promueve la
colaboración de cuantos deseen contribuir a la asistencia y rehabilitación de
los enfermos y necesitados, a condición de que acepten y respeten la Filosofía
de la Orden[18].
9. La Orden asume y defiende los derechos
de los trabajadores que colaboran en sus Centros, y se compromete a cumplir
con las orientaciones de la Doctrina Social de la Iglesia y de las respectivas
naciones, salvando siempre los derechos de los enfermos y necesitados.
10. La Orden reconoce el derecho de los
Colaboradores a crecer en cuanto personas. Por lo cual:
- En
el ámbito de lo profesional, y desde la consideración del Centro Asistencial
como empresa, reconoce, valora y se compromete a promover, en la medida de sus
posibilidades, la formación permanente y cuantas actividades contribuyan al
desarrollo y bienestar de los trabajadores y de sus familias.
- Ofrece
a todos los Colaboradores -trabajadores, voluntarios y bienhechores- la oportunidad de desarrollar
su formación cristiana y de expresar su fe, participando, como en otro lugar
de este documento se expone, más directamente en su vida y misión.
Esquema general del documento
16 Finalizamos esta introducción con el esquema
general del documento Hermanos de San Juan de Dios y
Colaboradores, unidos para promover y servir la vida.
Ante todo, unas palabras sobre el título.
Intenta reflejar lo que la Orden pretende: sumar las cualidades y energías de cuantas personas conviven
diariamente en los Centros de la Orden -pacientes, Colaboradores y Hermanos-
para realizar un servicio eficiente y humanizado que transmita vida, la promueva
y dignifique.
17 En los siguientes capítulos se tratará
sucesivamente:
1. En el primer capítulo, fundamentados en
la Antropología, se analizan los diferentes niveles de relación entre los
Hermanos y Colaboradores y se analizarán algunas cuestiones prácticas que,
indudablemente, influyen en la comunicación y relación mutua.
2. El segundo capítulo, intenta fundamentar
teológicamente la vocación de los fieles laicos y la identidad de los Hermanos
de San Juan de Dios.
3. En el tercer capítulo se intenta aclarar
cuál es y en qué consiste la participación de los fieles laicos en el carisma,
la misión y la espiritualidad de la Orden.
4. Se concluye con un Epílogo en el que se
trata de recoger las conclusiones que se derivan de todo lo anterior.
CAPITULO
PRIMERO
Relaciones
entre Hermanos y Colaboradores
a
partir de la
vocación
de la persona a la "comunión"
Concepto preliminares
18 Deseamos exponer brevemente los conceptos
que, desde la Antropología, fundamentan
el servicio a los enfermos y necesitados. Es un aspecto, nada más, de lo que
significaría una reflexión global sobre la capacidad y necesidad de relación-comunión
de la persona humana, que nos llevaría a analizar, al menos, los siguientes
puntos:
1.
La persona humana es un ser compuesto y radicalmente unitario, estructural y operativamente. Con esto
se afirma que en la persona existen elementos biológicos que, en algún
sentido, son cuantificables y reductibles a lo material; y, al mismo tiempo,
posee un nivel psicológico-espiritual, que es irreductible y que
transciende la materia, al que llamamos alma.
Ahora bien, la persona no se constituye por
la simple unión extrínseca de esas sustancias, sino que es una unidad primaria: las sustancias que la integran tienen una sola unidad estructural, que le
viene dada por la unidad personal.
Lo mismo sucede en el obrar: tampoco puede darse una actividad puramente
psicológica-espiritual, ni pura y exclusivamente biológica o sensorial: todo
acto humano, en cuanto tal, es un acto de toda la persona.
2.
La persona humana es radicalmente limitada Aunque ha sido
enriquecida con una bondad esencial, que la hace "semejante" al
Creador (Gen 1, 27), que la impulsa a lo bueno, a la comunión y solidaridad,
experimenta, en sí misma, tendencias negativas que la inducen al mal, al
egoísmo y a la destrucción: tiende al bien, pero es capaz del mal.[19]
En sus aspectos negativos, la limitación
humana explica la experiencia del sufrimiento, la enfermedad y la muerte.
Desde una visión positiva, se constituye en
la fuerza interior que estimula a la persona a cultivar y fomentar la vida, a
crecer personalmente y a colaborar en el desarrollo del hombre y del cosmos.
Desde esta visión, se ilumina el sentido "transcendente" de la
existencia humana, como capacidad esencial de "salir" de sí mismo,
para desarrollar constantemente los valores y las capacidades personales, en
orden a conseguir progresivamente niveles superiores de relación con los
demás y con Dios. Este es el porqué la persona no es un ser "terminado",
perfecto, sino capaz de conseguir la perfección progresivamente.
Esta visión positiva de la limitación
humana, en definitiva, fundamenta y explica el siguiente nivel.
3.
La persona humana es esencialmente "abierta": al
mundo, a los otros hombres y a Dios.
19 A lo largo de todo el capítulo tendremos en
cuenta los tres aspectos, pero vamos
a centrarnos en la capacidad-necesidad de "apertura" de la persona.
No sólo porque es el punto que se refiere directamente al tema que nos
interesa, sino, como se deduce fácilmente, se puede considerar como la cima y
la expresión más rica de la unidad radical y de la visión positiva de la
limitación humana.
20 Se podría abordar la "apertura" de
los Hermanos y Colabora dores,
principalmente, como:
- Relación de unos con otros;
- Relación con los enfermos y necesitados.
En realidad, cuanto se diga tiene como
objetivo principal mejorar la relación con los enfermos y necesitados, pero no
vamos a tratar expresamente de esto: situamos la reflexión en el tema central
del documento, la relación entre los Hermanos y Colaboradores.
La persona es un ser "abierto"
21 Entendemos por apertura humana la necesidad-capacidad de vivir en relación-comunión, con el cosmos,
los otros y Dios.
Existen, y se distinguen, varios niveles de
vivir y manifestar la "apertura":
- Apertura-donación.
Expresa la capacidad que tiene la persona para "salir" de sí misma e
ir al "encuentro" del otro. Se pueden distinguir dos niveles: la
entrega a los demás, poniendo a su servicio las propias cualidades y, a un
plano más profundo, la comunicación de los propios sentimientos y vivencias: la
revelación del propio ser, lo íntimo de sí.
- Apertura-acogida.
Es la capacidad de aceptar al otro como persona, consintiéndole ocupar un lugar en la propia vida.
También se puede manifestar a dos niveles: escucha del otro y aceptación de la
vida del otro en mí: permitirle que ocupe un lugar en mí, sin dejar de ser él.
- Apertura-comunión.
Es el nivel más rico y profundo de la relación entre personas, en el que ambas
se entregan y se aceptan en lo mejor de sí mismas, en un intercambio de amor,
liberado de formas conscientes de egoísmo.
22 Esta división lógica, naturalmente, en la
vida no se da en estado puro: los
niveles se sobreponen. Todos los niveles, pero particularmente los dos últimos,
están sometidos a un proceso, que supone el conocimiento, el aprecio-valoración
y la aceptación del otro en su identidad y realidad personal. Si no se da este
proceso; sobre todo, si no se acepta al otro en cuanto otro, con sus cualidades
y sus límites, en su originalidad, que lo hacen distinto a todos los demás,
que lo hacen "valioso" en sí mismo, prescindiciendo de lo que es
accidental a la persona; sin esto, no se puede hablar de auténtica relación
interpersonal.
23 Con estos presupuestos, vamos a analizar los
distintos niveles de relación que
pueden darse entre los Hermanos y los Colaboradores.
- Relaciones a partir de lo que se
"hace";
- Relaciones a partir de lo que
"somos"
- Relaciones a partir de las
"motivaciones".
Relaciones a partir de lo que se hace
24 Se trata del nivel más superficial que se
puede dar en la relación, entre las
personas que se reúnen para un fin común.
En nuestro caso, sería el nivel más
superficial de relación entre los Hermanos y Colaboradores. Puesto que hemos
distinguido diferentes modos de colaborar con la Orden personas no pertenecientes
a la misma, nos situamos en la relación que, a este nivel, puede darse entre
los Hermanos y los Trabajadores.
25 Conviene tener en cuenta que la Orden, para
realizar su misión, necesita el servicio
cualificado de los Hermanos y de los Trabajadores. Además, la razón de su
presencia en el Centro Asistencial es, única y exclusivamente, la asistencia a
los enfermos o necesitados. Naturalmente, esto no excluye, sino apoya, que
tanto Hermanos como Trabajadores se sientan motivados a realizar el servicio de
tal manera que, en él y por él, experimenten que personalmente se sienten
realizados y van creciendo en cuanto personas.
Esto supuesto, veamos brevemente el nivel
de relaciones que, a partir de lo que hacen, pueden vivir los unos con los
otros.
26 Lo primero que se debe tener en cuenta es
que, a este nivel, se establece una relación de igualdad: todos están
llamados a poner sus aptitudes al
servicio de los enfermos o necesitados, para conseguir el objetivo de
ofrecerles una asistencia científica y técnicamente cualificada, para garantizarles
un servicio integral y humanizante.
Por otra parte, quien trabaja en un Centro
de la Orden sólo debe realizar el servicio para el que está cualificado.
27 Una breve consideración, que tiene que ver
con la evolución que se ha dado en el
Mundo de la Salud y, en concreto, en los Centros de la Orden.
Hasta hace unos años, a quien servía a los
necesitados se le exigía, ¿cómo no?, competencia.
Esta no siempre era el resultado de unos estudios que finalizaban con la
obtención de un título profesional. Las más de las veces, los Hermanos
adquirían esa competencia a base de experiencia, casi siempre fundamentada en
unos conocimientos teóricos, adquiridos en los Centros de Formación o en los
primeros años de vida religiosa. Nadie discutía el grado de eficiencia, ni el
resultado positivo de su servicio.
Hoy, para ocupar un puesto de trabajo en un
Centro Asistencial, ya no es suficiente la competencia personal: es necesario
avalarla con el título profesional, reconocido oficialmente.
28 Otro hecho: hasta hace pocos años, ya lo
apuntamos antes, el número de
trabajadores en los Centros de la Orden eran muy pocos: casi todos los
servicios los realizaban Hermanos. Hoy, debido no sólo a la disminución de
vocaciones sino, y sobre todo, a la transformación y al volumen de trabajo de
sus Centros.
Es imprescindible tener en cuenta estos dos
factores, sobre todo el primero, para superar algunas actitudes reticentes.
Ahondaremos en este punto cuando se trate de la función y finalidad de la Comunidad en el Centro, por lo que ahora
no nos detenemos más.
29 Volvamos al nivel de relaciones que, desde el
punto de vista del trabajo en el Centro,
pueden existir entre los Hermanos y los Trabajadores.
Hemos hecho una afirmación fundamental: a
nivel de trabajo, se establece una relación de igualdad, que parte de la
capacitación profesional. Indicamos algunos puntos:
- El
Hermano y el Trabajador tienen los mismos derechos e iguales deberes.
- Ambos
deben realizar el servicio para el que están cualificados.
- Unos
y otros tienen derecho a ser debidamente informados y a participar en la
dinámica del Centro de acuerdo con su puesto de trabajo, en conformidad con las
leyes y el Reglamento del Centro.
A este nivel de relaciones, se quiera o no,
es fácil que surjan conflictos personales. Los más frecuentes, y que cada vez
van adquiriendo formas más sutiles, suelen ser la rivalidad, la suspicacia,
posiciones personales de no aceptación del propio "rol", etc.
Relaciones a partir de lo que
"somos"
30 La vida de la persona no se limita al ámbito
de lo que "hace". En el
apartado anterior calificábamos las relaciones, desde el punto de vista del
trabajo, como el nivel más superficial que puede darse entre quienes se reúnen
con el mismo fin.
Para que el trabajo adquiera sentido
auténticamente humano, es fundamental que cada persona descubra cuál es su campo de trabajo en la sociedad, se
prepare para poder realizarlo y encuentre el ambiente apropiado para expresar
sus cualidades y aptitudes personales. Entonces, el trabajo supera el sentido
de "profesión" y adquiere valor de "vocación". Cuando no se
da la conjunción entre disposición interior, preparación profesional y lugar
de trabajo apropiado, no es de extrañar que existan desajustes en la persona
que, consciente o inconscientemente, afloran en el rendimiento, en la cualidad
del trabajo y, sobre todo, en las relaciones interpersonales.
31 Como hipótesis, los Hermanos de la Orden
viven su trabajo como respuesta, en el
servicio, a la vocación del Señor. Como punto de partida, hemos de suponer que
los Colaboradores viven también el trabajo, el voluntariado o la obra de
beneficencia, como respuesta a una llamada interior. En unos y otros suponemos
la capacitación suficiente. De esta manera, sentamos los requisitos necesarios
para vivir unas relaciones interpersonales a nivel de lo que
"somos".
Cualidades y valores de las personas
que sirven a los enfermos y necesitados
32 El servicio a los enfermos y necesitados
tiene una base humana que lo apoya y
dignifica. Como hemos visto, la persona
es un ser "abierto" a los demás. Según esto, los Hermanos y
Colaboradores poseen unas cualidades, inscritas en su ser personal, que apoyan
y favorecen las relaciones interpersonales gratificantes y enriquecedoras a
nivel profundo.
Entre estas cualidades, podemos señalar:
- actitud
positiva frente al otro: cree en él, lo acepta en su realidad personal sin
juzgarlo;
- bondad;
- compasión
(la entendemos en su significado etimológico: capacidad de padecer-con);
- actitudes
de fidelidad y comprensión;
- capacidad
de empatía;
- actitud
de acogida;
- misericordia;
- disponibilidad;
- sencillez;
- actitud
de servicio;
- capacidad
de abnegación;
- generosidad;
- actitudes
de diálogo y escucha, etc.
Naturalmente, cada persona posee estas
cualidades y, sin duda, otras que se podrían añadir a la lista, en diferente
grado. En unas sobresalen particularmente ciertas actitudes y gestos que, en
cierto sentido, las definen y las hacen diferentes de los demás.
33 Puede que debido a la educación recibida, la
persona no se detenga a valorar las
cualidades de que está adornada. Se dan por supuestas, como lo más natural:
están y ¿para qué más?. Sin embargo, es importantísimo ser conscientes de ellas
y valorarlas con sencillez, pues de esta manera es más fácil vivir y manifestarse
a partir de lo que "somos" en lo mejor de nosotros.
Cuando uno se habitúa a vivir
conscientemente las propias cualidades, se hace también más sensible y es capaz
de descubrir en los demás los dones que poseen.
34 Quién más, quién menos, desea e intenta vivir
niveles de relación que superen las
simples formalidades. El único camino para conseguirlo es conocer, apreciar-valorar y aceptar a los otros en lo que son y por lo que son. Conocer
al otro en sus cualidades es el mejor modo de sentirse atraído por él, para
descubrir sus riquezas de ser y, en definitiva, para sentirlo
"valioso" y abrirle las puertas de la propia vida.
35 Si nos fijamos en la lista de cualidades que
está llamada a vivir y manifestar la
persona que sirve a los enfermos y necesitados, se constata que la mayor parte
de los Hermanos y Colaboradores las viven con espontaneidad en el servicio a
los enfermos y necesitados. Es decir, todos las poseen. No son privilegio de
unos pocos, ni se requiere ir a la Universidad para conseguirlas, pues no son
actitudes que se aprenden, sino valores
con que el Creador nos ha enriquecido, para que podamos reflejarlo en la
vida, consciente o inconscientemente.
36 Si se aprecian en su justo sentido las
cualidades que adornan a cuantos se
dedican a servir a los demás, se descubre un nivel de igualdad a nivel de "ser"que, sin duda, abre
unos horizontes amplísimos a las relaciones interpersonales.
Si uno descubre que es bondad, comprensión, fidelidad, respeto, etc., etc., cae en la
cuenta que puede y debe ser comprensivo, fiel, y todo lo demás, no sólo con
unas personas, sino con todas las personas.
Es importante subrayar que quienes conviven
gran parte de la jornada un día tras otro, están llamados a relacionarse entre
ellos a partir de las cualidades que los identifican. Si esto se da, es mucho
más fácil superar las tendencias a dejarse influir por las reacciones
negativas o por formas de egoísmo, resultado de la limitación personal a que
todos estamos sujetos, más que a la mala voluntad.
37 Entonces es posible conseguir niveles
auténticamente humanos de
comunicación y lograr lo que desde hace años se llama "humanización"
de la asistencia. Es más: sólo si se
"humanizan" las relaciones entre Hermanos y Colaboradores, es
posible la humanización de la asistencia.
A partir de esto, surge la posibilidad de
hablar y conseguir la
"alianza" entre Hermanos y Colaboradores. La "alianza"
será el fruto que sella un proceso de relación interpersonal, durante el cual
se ha conseguido conocerse y valorarse mutuamente. Se abre,entonces, un
período nuevo que se orienta a la realización-en-comunión de un proyecto de
vida en común, cuyo objetivo es comunicar,
promover y servir la vida de quienes, por diferentes causas -enfermedad,
pobreza, marginación social-, se encuentran en situaciones que no les permiten
existir plenamente como personas.
38 Es esencial volver a recordar el objetivo
común de servir para promover la vida de los demás, a la luz de las
cualidades que enriquecen a los Hermanos y a los Colaboradores. Desde esta
óptica, el Colaborador, Trabajador, Voluntario o Bienhechor, tiene derecho a
expresar en su trabajo o mediante otros modos de solidaridad, la capacidad de
amar y servir al prójimo. Asimismo, mediante su trabajo, el Hermano está
manifestando un nivel importante de la pobreza evangélica, del sentido de
fraternidad y, sobre todo, el don de la hospitalidad que ha recibido como
vocación personal[20].
39 Si Hermanos y Colaboradores son capaces de
situarse al nivel de relación que surge
de la mutua aceptación en positivo y del fin común de servir a los enfermos y
necesitados, para ayudarles a conseguir niveles mejores de vida, seguramente,
el enfermo y el necesitado serán el
centro, el sujeto central, el más importante del Centro.
Desde esta perspectiva, se pueden descubrir
motivaciones que impulsen a unos y otros a trabajar, con decisión y constancia,
en la superación de las barreras que se han interpuesto, o que se han creado
inconscientemente, y establecer un diálogo en el que todos hablarían el mismo
lenguaje. Entonces será fácil comprenderse y valorarse, porque se ha conseguido
el requisito esencial para el diálogo: descubrirse y aceptarse ocupando el mismo
plano: la mutua capacidad y decisión de servir a los otros, para ayudarles a
vivir mejor como personas.
40 Naturalmente, para alimentar y desarrollar
las cualidades personales que
facilitan el servicio a los enfermos y necesitados y promover los niveles de
diálogo entre quienes comparten la tarea del servicio, no bastan las relaciones
de trabajo. Es necesario que existan otros ámbitos de relación que,
naturalmente, debe facilitar, e incluso promover, la Dirección del Centro. Por
ejemplo:
- Seminarios,
cursillos, encuentros de formación humana, entendiendo por tal la que se
orienta a estimular el autoconociento y a ahondar en temas relacionados con la
vida de la persona, la sociedad, etc.,
pues no es suficiente promover y facilitar sólo la formación
técnico-profesional.
- Crear
y fomentar círculos de estudio y reflexión, en los que se reúnen Hermanos y
Colaboradores para compartir conocimientos y experiencias.
- Favorecer
la organización de grupos de interés, con objetivos múltiples, en los que
Hermanos y Colaboradores puedan compartir momentos de ocio.
Relaciones a partir de las motivaciones
41 El nivel anterior ha permitido tomar
conciencia y valorar aspectos comunes de las personas que se
dedican al servicio del prójimo. Ahora nos fijamos en la originalidad de cada persona: por mucho que nos esforcemos, no
encontraremos dos personas del todo iguales. Todos poseemos las notas que dan
lugar al fenómeno persona humana;
sin embargo, cada individuo posee esas notas de manera original e irrepetible.
Haber aceptado que Hermanos y Colaboradores
poseen cualidades y valores comunes, ayuda a asumir que cada persona está
llamada a vivirlos de acuerdo con su identidad.
El servicio al prójimo es el lazo de unión entre el Hermano de San Juan
de Dios y los Colaboradores.
42 Cada persona puede realizar el servicio a
partir de las motivaciones que dan
sentido a su vida. Se puede servir al prójimo:
- por filantropía;
- por una causa de tipo sociológico o
político;
- por solidaridad humana;
- a
partir de motivaciones religiosas, que pueden animar a todo creyente;
- como
respuesta a una vocación de consagración especial en la Iglesia;
- por realización personal:
- para conseguir recursos para vivir,
mediante el trabajo;
- etc.
43 A este nivel aparecen las diferencias entre
quienes se reúnen para servir al
prójimo. Pero se trata de diferencias que brotan de la originalidad de cada
persona, que todos estamos llamados a aceptar y respetar. Si se llega a comprender
y reconocer las implicaciones de las diferencias que surgen como fruto de la
opción personal, en respuesta a las motivaciones que dan sentido a su vida, no
existe ningún peligro de enfrentamiento entre los Hermanos y los Colaboradores,
ni de éstos entre sí. Al contrario: repetiremos esa especie de
"milagro" que supo realizar Juan de Dios en su vida: hermanar a todos los hombres; situarlos
a todos en el lugar más noble que corresponde a cada uno y experimentar que son
"valiosos" por el simple hecho de ser personas, sean ricos o pobres,
nobles o plebeyos, sanos o enfermos.
44 Para vivir una relación positiva, aceptando
las diferencias que se manifiestan a
partir de la ideología, creencia, etc., es necesario que la persona que decide
expresar su capacidad de servicio en un Centro de la Orden, sea también capaz
de aceptar que, lo mismo que ella, otras han optado libremente, animadas por
motivaciones diferentes a las suyas, pero no menos significativas y dignas de
aprecio.
De este modo, se supera la tentación de
establecer "categorías" de presencia, según los colores políticos o
formas de creencia o increencia y, lo que es más importante, se aceptarán como
aspectos que enriquecen la mutua relación.
La
Orden -por su parte- acepta, respeta y valora cualquier opción personal al
respecto. En esta misma línea, tiene derecho, y justamente espera de todos, a
que los principios esenciales que animan la expresión del carisma de la
hospitalidad, sean aceptados y, en la práctica, animen a los Colaboradores.
Algunas dificultades prácticas
A.
La propiedad de los Centros
45 La Orden gestiona gran parte de los Centros
como propietaria de los mismos. Esto
comporta algunas ventajas e inconvenientes, a la hora de la práctica.
Las
ventajas que se pueden recordar, principalmente, se relacionan con la
posibilidad de inspirar la gestión y
dirección en los principios que animan la misión de la Orden, en pro de
una asistencia integral, que valora y respeta los derechos esenciales de la
persona.
Un aspecto importante a valorar, sobre todo
en los países más avanzados, en los que predomina la asistencia socializada, se deriva de una tendencia sutil de las
leyes sanitarias, que privilegian la asistencia de las personas que pueden ser útiles para la producción de
bienes de consumo, mientras se constata. en la práctica, la marginación, o una
asistencia menos digna, de los enfermos mentales, pacientes crónicos,
terminales y ancianos.
46 La Orden, apoyada en la propiedad de los Centros,
puede manifestar que su labor
apostólico-asistencial privilegia, precisamente, a los grupos menos favorecidos,
por el ambiente tecnificado y consumista.[21]
47 Los
inconvenientes y dificultades que comporta la propiedad, se refieren a dos aspectos principales:
- Testimonio de pobreza evangélica;
- Problemas derivados de la gestión.
Analizamos brevemente cada uno de los
puntos.
48 Pablo VI, en la Exhortación Apostólica
Evangelica Testi ficatio,
invitó a los religiosos a vivir la pobreza evangélica y testimoniarla en formas
externas[22]. La propiedad
de los Centros, mirada con criterios humanos, sitúa a la Orden como una
organización de grandes recursos económicos. Es una realidad que no se puede
ignorar y en muchos, incluidos Hermanos, ha despertado cuestionamientos acerca
del testimonio de pobreza.
No se trata de buscar justificaciones, ni
de defenderse ante las incomprensiones que pueden surgir, y surgen de hecho,
sino de profundizar en los criterios evangélicos que deben orientar el
testimonio de pobreza de la Orden.
Lo primero que se impone es tener claro el
fin de los Centros, que no es preciso repetir. Cuando las Constituciones se
refieren al modo concreto de vivir los Hermanos la pobreza evangélica, subrayan
las actitudes de servicio y trabajo, y el cumplimiento de los principios de la
Doctrina Social de la Iglesia.[23]
49 La dificultad del testimonio de pobreza no
está tanto en la posesión de los Centros como en el modo de
"situarse" el Hermano y la Comunidad en ellos. Es claro que, si lo
hacen como quien sirve, seguramente
que se ofrecerá un precioso testimonio de las exigencias más radicales de la
pobreza evangélica que, recordémoslo, aunque se refiere también a la pobreza
económica, ésta resultaría paradójica si no está acompañada de las actitudes
de renuncia a "la seductora seguridad del poseer, del saber y del poder"[24].
50 La gestión de obras hospitalarias y de
asistencia social, que responda a las
exigencias actuales de la sociedad y al "espíritu" que ha animado a
la Orden, desde San Juan de Dios, supone un potencial económico que garantice
el funcionamiento adecuado y los salarios justos de los trabajadores.
Las dificultades que de ésto se derivan,
han tentado a más de uno a orientarse por obras
más sencillas, a nuestro alcance. Dentro del pluralismo de opciones para
expresar el carisma de la Orden, indudablemente, tienen su lugar las obras
sencillas. Lo que se debe hacer, al situarse ante el hecho de los problemas
económicos que comporta la gestión de los Centros, es aplicar los criterios de
discernimiento que indican las Constituciones:
"A fin de que nuestro apostolado
hospitalario vaya de acuerdo con los valores del Reino, permanecemos atentos a
los signos de los tiempos, interpretándolos siempre a la luz del
Evangelio"[25].
Por tanto, las objeciones que podrían
derivarse de los problemas económicos, por sí solos, no justificarían el abandonar
los Centros propios.
Así,
pues, se impone afrontar el reto que se sigue de la opción de adecuar el
espíritu de la Orden a las realidades, necesidades y exigencias de la
asistencia socio-sanitaria que, en definitiva, implica organizar y gestionar
los Centros con criterios empresariales.
51 El hecho de aceptar esta realidad, no cambia
en nada la finalidad primordial de la
Orden: mostrar el amor de Dios a los hombres,
a través de una asistencia integral. Al contrario, la nueva organización
pretende conseguir niveles cada vez más altos de humanización y eficiencia.
Del carácter confesional de los Centros de
la Orden, a que nos referimos en otro punto, se sigue que, a nivel de empresa,
se oriente a partir de un Ideario propio, que se inspira en la Doctrinal Social
de la Iglesia, a la hora de administrar sus obras con criterios empresariales
de eficiencia y eficacia, adaptándose a las exigencias de los tiempos.
52 La Orden, al situarse ante la sociedad como empresa de carácter
confesional católico, asume la responsabilidad de contribuir a la
transformación de las estructuras y comportamientos empresariales, luchando
por el mantenimiento y potenciación de una "cultura empresarial"
basada en sus Principios Ideológicos.
A partir del Ideario Católico de sus
Centros, la Orden tiene como punto de referencia en la organización de los
Centros el Magisterio de la Iglesia, en cuanto éste es la interpretación actualizada
del mensaje evangélico.
A nivel de organización de los Centros, se
propone cumplir los siguientes fines:
- prestar
los servicios necesarios a los enfermos y necesitados;
- posibilitar el desarrollo integral de las
personas;
- generar recursos económicos;
- conseguir
la continuidad de sus obras a través del tiempo, para garantizar así la misión
evangelizadora que le ha confiado la Iglesia en el mundo de la Salud.
53 Aunque el origen de la Orden es de carácter
carismático, en cuanto organización es
una obra humana, compuesta por personas y fruto del esfuerzo de las mismas: la
persona es el elemento fundamental de toda empresa.[26]
Por lo cual, la Orden se propone conseguir
una relación entre la Organización y los trabajadores que satisfaga las
necesidades y derechos de ambas partes. De tal forma, que la Gestión de
Recursos Humanos, por parte de los órganos directivos, deben estar orientadas
a motivar, atraer, promover, seleccionar e integrar a los trabajadores, de
forma coherente con sus necesidades y los fines de la Orden, siempre con
criterios de justicia social.
Evidentemente, tal gestión está
condicionada por factores situacionales y por grupos de intereses. Los
resultados afectan a la competencia de los trabajadores, a su mayor o menor
compromiso con la empresa y lo que ésta representa y, consecuentemente, a la
integración de los mismos. También afecta a la congruencia o armonización de
los objetivos de la empresa y de los trabajadores y al coste en relación a la
eficacia.
La Gestión de Recursos Humanos exige,
actualmente, un nivel adecuado de competencia profesional de los Cuadros
Directivos, la estructura coherente para la toma de decisiones a nivel de la
Dirección y la incorporación de técnicas científicas al proceso de toma de
decisiones.
54 La Orden concede especial significación a la valoración y formación del personal, para que se dé la interacción entre
las aptitudes, inclinaciones y necesidades de los trabajadores y la cantidad y
calidad de servicios y satisfacciones por ambas partes. El resultado puede ser
la motivación o, por el contrario, el distanciamiento.
Para incentivar la valoración del personal,
los Cuadros Directivos promoverán programas de formación a todos los niveles.
En consecuencia, incluirán los presupuestos un capítulo dedicado a la
formación.
55 La Dirección de los Centros debe ser
consecuente con el criterio de que la
Gestión de Recursos Humanos va más allá de la selección, contratación y
retribución del personal: afecta, fundamentalmente, a las condiciones básicas
del trabajo (prestación laboral, tiempo de trabajo y prestaciones empresariales)
y a otras cuestiones, tales como:
- la motivación en el trabajo y en el
rendimiento,
- importancia
e influencia de los grupos humanos en las organizaciones,
- la
comunicación interpersonal: ascendente, descendente y horizontal;
- la autoridad, el estilo de mando y el
liderazgo;
- el trabajo en equipo: sus bases y cómo
desarrollarlo;
- etc.
Se trata de cuestiones que deben ser
tenidas en cuenta a la hora de estimular y vivir las relaciones entre los
Hermanos y Trabajadores de los Centros. Por lo cual, la Orden se propone
promover y mejorar las condiciones adecuadas, para que el Trabajador esté
motivado más allá del compromiso laboral, en búsqueda del compromiso, la
integración y la comunión con la Orden y su Ideario, para conseguir una
asistencia que sirva y promueva niveles de vida cada vez más dignos, a las
personas a quienes todos nos dedicamos.
En caso de conflicto, la Orden, en fidelidad
a su vocación de servicio a los enfermos y necesitados, defenderá los derechos
que a éstos corresponden[27],
si bien actuará siempre con serenidad y equilibrio, a fin de no deteriorar,
aunque sea puntualmente, la relación con los Colaboradores.
CAPITULO
SEGUNDO
Hermanos
y laicos, en comunión con la Iglesia,
comprometidos
en la evangelización
Introducción
56 En el capítulo anterior hemos visto las
relaciones que están llamados a vivir
Hermanos y Colaboradores a partir de cuanto es común a unos y otros desde su
dimensión humana y que, por tanto, están llamdos a compartir en el servicio a
los enfermos y necesitados.
Ahora entramos en la dimensión de la fe, desde la cual los Hermanos se han sentido
interpelados a consagrarse al Señor, al estilo de Juan de Dios. En esta
dimensión se encuentran unidos con los Colaboradores que, animados por su fe,
quieren ser testigos de Jesús de Nazaret.
La
fe es un don y una respuesta. No es sólo fruto del esfuerzo humano. La
Orden, en consecuencia, respeta otras posturas de estar en la historia, pero
considera oportuno iluminar esta realidad, porque constituye un campo no
agotado en sus obras.
La primera parte del capítulo se basa en la
doctrina de la Iglesia sobre los fieles laicos, en especial en el último
documento del Magisterio a este respecto. La segunda presenta la identidad de
los Hermanos, llamados a vivir en comunidad desde la consagración, fundamentada
en las Constituciones de la Orden y en la literatura del Hno. Pierluigi
Marchesi, ex-general.
La utopía a la que se pretende llegar es la
de conseguir una Iglesia doméstica,
constituída por cuantos, animados por la fe, siguen a Cristo y viven su
vocación de promover y servir la vida, en los Centros de la Orden.
El Concilio Vaticano II llama "Iglesia
doméstica" a la familia; Pablo VI usa el mismo término y la considera
célula evangelizadora.[28]
La Orden se siente llamada a formar la
Iglesia doméstica con todos los Colaboradores creyentes que trabajan en sus
Centros. Esto no impide, en absoluto, la decisión de constituir la Familia Hospitalaria, la Comunidad
terapéutica, con cuantos de una forma u otra están vinculados a ella, en
especial con los Trabajadores, para ejercer su labor apostólica.
Identidad y misión de los laicos en la
Iglesia
57 La Exhortación Apostólica Cristifideles
laici, del Papa Juan Pablo II, fruto
de las reflexiones y conclusiones del Sínodo de los Obispos, celebrado en
Roma del 1 al 30 de noviembre de 1987, nos va a ayudar a ahondar en las raíces
de la identidad y vocación de quienes confesamos la fe en Cristo.
El Papa, a lo largo de la Exhortación,
analiza la parábola de los obreros enviados a trabajar en la viña (Mt 20, 1-7)
y la alegoría de la vid y los sarmientos (Jn 15, 1-8), para evidenciar que
cuantos hemos sido bautizados en Cristo hemos sido injertados en El y, como El,
recibimos la misión de anunciar y hacer presente la salvación de Dios en favor
de los Hombres.
Dignidad de los fieles laicos en la
Iglesia-Misterio
58 El don del Espíritu, recibido en el Bautismo,
comunica a todos los creyentes en Cristo
una dignidad original, que, indeleblemente,
configura su identidad personal:
forman parte de la humanidad nueva,
sellada por la presencia del Espíritu, que los hace hijos en el Hijo y miembros vivos del Cuerpo de Cristo; los "consagra", como a El, para
continuar su misión, quedando así "integrados al Pueblo de Dios y
hechos partícipes a su modo del oficio sacerdotal, profético y real de Cristo,
ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la
participación que a ellos corresponde"[29].
Esta participación se enraíza en el ser -es a este nivel donde el Espíritu
establece la igualdad-; no se trata
de simple participación en el actuar,
como indica Vaticano II.[30].
Carácter "secular" de la vocación
del fiel laico
59 Característica propia de la vocación de los
fieles laicos, es hacer presente en el
mundo la dimensión secular de la Iglesia, como respuesta a la vocación peculiar
de Dios: "el ser y el actuar en el
mundo son para ellos no sólo una realidad antropológica y sociológica, sino
también, y específicamente, una realidad teológica y eclesial"... Pues
"la común dignidad bautismal asume en el fiel laico una modalidad que
lo distingue, sin separarlo, del presbítero, del religioso y de la
religiosa... Esta modalidad es la índole secular"[31].
Llamados a la santidad
60 La invitación a ser "santos en toda
vuestra conducta" (1 Pe 1, 15),
forma parte de la "vocación" de todo cristiano a configurarse con
Cristo: hunde sus raíces en el Bautismo y se renueva en la celebración de los
demás sacramentos.
El fiel laico está llamado a vivir la santidad en la vida ordinaria, en medio
de las tareas y ocupaciones cotidianas, en las que puede ofrecer el sacrificio
de su existencia (Cfr. Rom 12, 1) en la realización de la voluntad de Dios, y
en la colaboración y servicio a los demás[32].
Participación de los fieles laicos
en la vida de la Iglesia-Comunión
61 El Espíritu que recibimos en el Bautismo, al
comunicarnos la vida del Hijo, nos
introduce, de alguna manera, en el "seno" de la Trinidad y nos hace
partícipes de su Vida-en-comunión. Es un modo de existir en la Vida Trinitaria, que crea en los bautizados unos lazos de comunión, cuya fuente es el
Espíritu de Jesús.
Seguramente, la expresión que mejor define
a la Iglesia es la comunión:
comunión con el Dios Uno y Trino; comunión con Cristo, Cabeza de la Iglesia;
comunión con todos y cada uno de los miembros de la Iglesia, desde el Papa al
último fiel; comunión que se nos concede como don y que, al mismo tiempo, es una conquista.
Según Jesús, la vida en comunión tiene un
sentido mucho más profundo que el simple continuar la obra creadora del Padre:
es la condición para que se "cumpla" su Salvación: para que los
hombres crean en ella y la acepten.
Sin la comunión,
la Iglesia dejaría de ser la Iglesia de Jesús; sin la comunión, el creyente viviría desencajado de la vid, Cristo, y su
existencia sería estéril (Cfr. Jn 15, 6).
Por eso, el don de la unidad en la comunión exige al creyente la respuesta
personal, para superar en sí mismo la tendencia al individualismo y colaborar
con los otros fieles para vencer la tentación de los personalismos disgregantes.
62 Los fieles laicos, al participar en la comunión, están llamados a crear comunión
y a enriquecer la Iglesia, participando en su vida y misión, viviendo y
manifestando los dones recibidos, en el ambiente donde el Espíritu los ha
situado. Al mismo tiempo, se sentirán animados por el Espíritu a apreciar los
dones concedidos a quienes han sido enriquecidos con vocaciones y funciones
diferentes, según el criterio de San Pablo. (Cfr. 1 Cor 12, 12.4-6)
Corresponsabilidad de los fieles laicos
en la Iglesia-Misión
63 La respuesta espontánea a la experiencia de comunión en la Iglesia es el compromiso personal en la
evangelización. Los fieles laicos, como respuesta a su vocación peculiar,
están comprometidos a vivir su inserción en las realidades temporales con
espíritu evangelizador: a vivir y anunciar el Evangelio sirviendo a la persona
y a la sociedad, en medio de sus ocupaciones habituales.
El fiel laico, al sentirse inmerso en un
ambiente, progresivamente secularizado, se encuentra en una situación de
privilegio para ser levadura, sal y luz
(Cfr. Mt 13, 33; 5, 13-16): con su vida, centrada en Cristo, puede y
debe ser testigo de un estilo de vivir que sabe relacionarse con las personas y
usar de los bienes, respetando su propia autonomía y superando la tendencia al
dominio sobre los demás, a la posesión indiscriminada, al hedonismo y a la
explotación de los otros.
64 El Papa, en la Exhortación Apostólica,
le asigna unas tareas fundamentales,
que debe realizar en su cotidiano vivir y quehacer:
- Promover la dignidad de la persona,
asumiéndola como la "tarea esencial; es más, en cierto sentido es la tarea
central y unificante del servicio que la Iglesia, y en ella los fieles laicos,
están llamados a prestar a la familia humana"[33];
- Amar, promover y servir la vida, como un
derecho inviolable de la persona, que debe respetarse desde las primeras fases
hasta su término natural. Tarea que, si bien compete a todos, "algunos
fieles laicos son llamados a ella por un motivo particular. Se trata de los
padres, los educadores, los que trabajan en el campo de la medicina y de la salud...
A estos "que más directamente o por vocación o por profesión están
implicados en acoger la vida", corresponde de manera especial "el
hacer concreto y eficaz el «sí» de la Iglesia a la vida humana"[34];
- Expresar y promover la dimensión religiosa del
hombre, como "elemento constitutivo del mismo ser y existir del hombre"[35]
y, en consecuencia, la libertad de
conciencia y la religiosa;
- Ser testigos y agentes de solidaridad:
primero a través de un estilo de vida sencillo y, más en concreto, mediante la caridad con el prójimo, con la cual "los fieles laicos
viven y manifiestan su participación en la realeza de Jesucristo... que «no ha
venido a ser servido, sino a servir» (Mc 10, 45)... porque la caridad es el más
alto don que el Espíritu ofrece para la edificación de la Iglesia (Cfr. 1
Cor 13, 13) y para el bien de la humanidad"[36];
- A situar el hombre como centro de la vida
económico-social, a cuyo servicio se orientan los medios de producción,
la propiedad privada y todo lo creado[37].
Ambitos de actuación
65 El mandato de Jesús a los Apóstoles, "Id
al mundo entero pregonando la Buena
Noticia a toda la humanidad" (Mc 16, 15), señala el ámbito de la
evangelización. Los fieles laicos, según su peculiar vocación, que se desarrolla
en medio de las realidades temporales, tienen la responsabilidad de evangelizar
los ámbitos ordinarios de su vida, sin excluir ninguna de las realidades
intramundanas en las que la persona vive. Entre éstas, el Papa indica
específicamente: la familia, la política, el trabajo, en mundo de la cultura y
los intrumentos de comunicación social.
Variedad y complementariedad de las
vocaciones
66 El Espíritu Santo, recibido en el Bautismo,
se hace presente en cada persona según
su propia individualidad. Esta presencia del Espíritu marca la vocación personal, ligada a las
cualidades, sexo y edad de cada uno, enriqueciendo a la Iglesia con una variedad amplísima, que hace más viva y concreta la riqueza de la
Iglesia. Como indica el Papa: "En la Iglesia-Comunión los estados de
vida están de tal modo relacionados entre sí que están ordenados el uno al
otro. Ciertamente es común -mejor dicho único- su profundo significado: el de
ser modalidad según la cual se vive la igual dignidad cristiana y la universal
vocación a la santidad en la perfección del amor. Son modalidades a la vez
diversas y complementarias"[38].
67 Cada cristiano, según su peculiar vocación,
debe contribuir a la vida y a la misión
de la Iglesia, poniendo al servicio de la misma, y de la sociedad, los dones
recibidos. El Papa hace una llamada expresa a los niños, jóvenes, ancianos,
mujeres y hombres a que, cada sector desde las características propias de edad
y sexo, colaboren activa y responsablemente en la tarea de evangelizar la
sociedad[39].
La Exhortación Apostólica se dirige,
asimismo, a un sector de la sociedad tan valorado y amado por nosotros: los
enfermos y los que sufren. Citamos algunas de las ideas principales:
- Los enfermos y los que sufren, a quienes
los Padres Conciliares, en su Mensaje, declaran: "Sabed que no estáis
solos, ni separados, ni inútiles: sois los llamados por Cristo su viva y
transparente imagen. En su nombre, el Concilio os saluda con amor, os da las
gracias, os asegura la amistad y la asistencia de la Iglesia"[40],
de quie-nes dijo tan bellamente el Hno. Marchesi "ellos son mi universidad", son propuestos por
el Papa, no sólo como presencia viva de Jesús a quienes la Iglesia dedica un
amor preferencial, sino como agentes
insustituibles de evangelización: en ellos y por ellos, Cristo continúa
redimiendo y salvando a la humanidad; en ellos y por ellos se presenta al
Padre; son imágenes vivas de amor salvador, paciente y oblativo en medio de los
sufrimientos, testigos de que el sufrimiento humano es un accidente de la vida que, lejos de restarle sentido, la impulsa a
descubrir en ella horizontes inéditos de realización y de santificación
personal. "Como ha manifestado un minusválido en su intervención en el
aula sinodal, «es de gran importancia aclarar el hecho de que los cristianos
que viven situaciones de enfermedad, no están invitados por Dios solamente a
unir su dolor a la Pasión de Cristo, sino también a acoger en sí mismos y a
transmitir a los demás la fuerza de la renovación y la alegría de Cristo
resucitado (Cfr 2 Cor 4, 10-11; 1 Pe 4, 13; Rom 8,
18ss)»"[41].
68 La Orden, al compartir con los Colaboradores
que se sienten y viven su condición de
miembros vivos de Cristo, la preciosa misión de evangelizar a los enfermos y
necesitados, urge a cada uno a renovar su compromiso bautismal y lo anima a
que lo manifieste con gozo y sencillez, ante todo en el seno de su propia
familia, para ser en ella animador de un estilo de vivir la solidaridad y
caridad cristianas. Asimismo, los anima a unir toda la riqueza de su fe y
profesionalidad a los dones que la Orden ha recibido y manifiesta mediante
los Hermanos, para potenciar unidos la capacidad evangelizadora, precisamente,
en los Centros que, en nombre de la Iglesia, dirige la Orden, a fin de que los
asistidos en ellos puedan descubrir y experimentar el amor que Dios les tiene.
Una vez más, afirmamos la necesidad que la
Iglesia y la Orden tienen de los fieles laicos, con palabras del Papa:
"A lo largo de los siglos, la comunidad cristiana ha vuelto a
copiar la parábola evangélica del buen Samaritano en la inmensa multitud de
personas enfermas y que sufren, revelando y comunicando el amor de curación
y consolación de Jesucristo. Esto ha tenido lugar mediante el testimonio de la
vida religiosa consagrada el servicio de los enfermos y mediante el
infatigable esfuerzo de todo el personal sanitario. Además hoy, incluso en los
mismos hospitales y nosocomios católicos, se hace cada vez más numerosa, y
también quizás exclusiva, la presencia de fieles laicos, hombres y mujeres.
Precisamente ellos, médicos, enfermeros, otros miembros del personal
sanitario, están llamados a ser la
imagen viva de Cristo y de su Iglesia en el amor a los enfermos y los que
sufren"[42]
Lugar y función de la Comunidad en el Centro
69 La intención de este documento no es tratar
exhaustivamente un tema de tanta
importancia. Deseamos analizar los puntos que, en gran medida, apoyan y
condicionan la relación de los Hermanos con los Colaboradores, con el deseo de
completar la doctrina sobre la participación de cuantos formamos la Iglesia en
su misión, específicamente en el ámbito de la asistencia a los enfermos y
necesitados. Servirá para iluminar el
conocimiento mutuo, como primer paso para reforzar la comunión entre Hermanos y Colaboradores. De ahí que
esta segunda parte no va dirigida exclusivamente a los fieles laicos que colaboran en los Centros de la Orden: está
orientada a todos las personas que, por razones diferentes, comparten gran
parte de su vida y de su trabajo con nosotros, los Hermanos. Nos proponemos
analizar los siguientes puntos:
- Quiénes somos, para quién y para qué
vivimos y actuamos.
- Dimensión comunitaria de nuestra vida.
- Sentido
apostólico de la Comunidad y de cada uno de los Hermanos que la integran.
Quiénes somos, para quién y para qué vivimos
y actuamos
70 Lo primero que se impone, al intentar dar
razón de nuestra vida, es responder a
la pregunta que está a la base de nuestra opción personal: QUIENES SOMOS.
Las Constituciones de la Orden permiten
formular una definición del Hermano Hospitalario de San Juan de Dios, en estos
términos:
Somos
creyentes en Cristo que, en comunión con la Iglesia, hemos sido consagrados
por el Espíritu en el Bautismo. El mismo Espíritu nos consagró de nuevo
"con un don especial, para vivir
en castidad, pobreza, obediencia y hospitalidad"[43].
La "consagración" es, pues, el
elemento sustancial de nuestra vida. Se trata de: "Una consagración
particular, que se arraiga en la consagración bautismal y la expresa
con mayor plenitud"..., para "seguir a Cristo, consagrándoos
totalmente a El... en donación total e irreversible"[44]...,
que anima a quien la recibe a orientar su vida "al servicio de Dios y a su
gloria, por un título nuevo y especial"[45].
71 La "consagración particular" y el
"título nuevo y espe cial",
en el Hermano de San Juan de Dios se cumplen mediante el carisma de la
hospitalidad.[46]
Así pues, la consagración en hospitalidad es la diferencia esencial entre
el Hermano y los Colaboradores. Diferencia que no significa
"separación". La
consagración en la Iglesia es un modo de participar la vida de Jesús de
Nazaret, consagrado por el Espíritu para anunciar a los pobres la Buena
Noticia, curar los corazones desgarrados y liberar a los oprimidos por las
fuerzas del mal[47]... El, para
cumplir su misión, no sólo no se "separó" de los hombres, sino que se
encarnó y vivió como un hombre cualquiera
(Fil 2, 7), comió y bebió con los pobres y pecadores, experimentó nuestros
sufrimientos y limitaciones. (Cfr. Heb 2, 17-18)
Por tanto, la consagración en hospitalidad
es parte esencial de la identidad del Hermano; elemento constitutivo, en
consecuencia, de su "originalidad".
72 La identidad de la persona se manifiesta en
su vida y en sus actos. De nuestra identidad de consagrados "al servicio
de Dios y a su gloria"[48],
se deduce para quién vivimos y actuamos: toda la existencia del Hermano,
cuanto realiza en su vida, mediante la consagración, es elevado a la categoría
de culto y alabanza a Dios: "Así, ofreciendo nuestra existencia, como
sacrificio vivo y consagrado, nos unimos al culto auténtico ofrecido por
Cristo en la Iglesia y participamos de su oficio sacerdotal"[49].
Ahora bien, el Hermano Hospitalario se
consagra a Dios para cooperar "a la edificación de la Iglesia, sirviendo a
Dios en el hombre que sufre"[50].
De ahí que la participación del Hermano de
San Juan de Dios en el sacerdocio de Cristo, mediante la consagración en hospitalidad,
se cumple "en el desempeño de
nuestra misión hospitalaria"[51].
73 Quiere decir que la vida del Hermano está
orientada a Dios y a los necesitados. ¿Para qué?. Para "que en nuestra
vida se manifieste el amor especial del Padre para con los más débiles, a
quienes tratamos de salvar al estilo de Jesús"[52].
Se podrían recordar varias citas de las
Constituciones para confirmar esta afirmación, pero no es necesario. Deducimos
las consecuencias, resumiendo la respuesta a la cuestión: "¿Quiénes
somos, para quién y para qué vivimos?".
El Hermano de San Juan de Dios:
- Es
un consagrado en la Iglesia, con el don de la hospitalidad;
- Su
vida está orientada al servicio de Dios en los enfermos y necesitados;
- El
fin de su entrega a los enfermos y necesitados es anunciar el Reino de Dios:
tiene sentido apostólico.
Tendremos ocasión de volver sobre esto.
Dimensión comunitaria de la vida
del Hermano de San Juan de Dios
74 La vida comunitaria es un elemento inseparable
de la consagración y, por tanto,
pertenece a la identidad del Hermano Hospitalario[53]
que, en la Orden, tiene tres manifestaciones, íntimamente relacionadas entre
sí:
- Comunidad de fe y oración;
- Comunidad de vida fraterna;
- Comunidad de servicio apostólico.
No se puede prescindir de ninguna de las
tres, si se desea vivir armoniosamente como Hermano Hospitalario.
75 La
vida de fe y oración significa la expresión personal y comunitaria de la comunión con Dios. Al
mismo tiempo, es:
- "el
manantial primario de nuestra misión caritativa"[54],
- ámbito
en el que celebramos la comunión en la fe, en el carisma y en la misión con los
otros Hermanos de la Comunidad,y renovamos la fraternidad mediante la
participación en los Sacramentos[55];
- contemplación
y encuentro con Cristo, en quien descubrimos y aprendemos:
. el
sentido de la vida del hombre y del sufrimiento humano;
. la
dignidad de la persona;
. la
predilección de Dios por los débiles;
. la
fidelidad en el servicio al hombre, para cumplir la voluntad del Padre,
entregando la vida para la salvación de todos[56].
76 La
vida fraterna, según indican las Constituciones, es fruto del carisma, en virtud de cual, el Hermano, con
los otros Hermanos de la Comunidad, ha decidido constituir su familia, que no surge de lazos de carne o de sangre, sino de la
escucha de la Palabra de Jesús, para vivir con El, cumplir la voluntad del
Padre y anunciar el Evangelio a los pobres y enfermos[57].
Sentirse miembro vivo de la Comunidad, es
el resultado de una opción de fe en el seguimiento de Jesús, que implica el serio compromiso personal a colaborar para
que la Comunidad manifieste la unión de corazones y a crear y mantener un
ambiente que facilite y promueva la realización y la felicidad de los Hermanos
que la integran[58].
77 La vida fraterna, además, "es signo de la presencia del Señor"[59]
y la prueba más clara de que somos
discípulos de Jesús[60].
Esto urge a los Hermanos a vivir con transparencia el sentido de pertenencia
a la misma, y la comunión con los Hermanos, para presentar ante los enfermos y
Colaboradores un testimonio claro de unidad, que respeta y valora "la
diversidad de dones con que el Espíritu Santo enriquece a cada Hermano"[61],
para que se cumpla el ánsia de Jesús: "Que sean todos uno... para que el
mundo crea que Tú me enviaste"[62].
Sentido apostólico de la Comunidad
y de los Hermanos que la integran
78 El objetivo de nuestra Comunidad Hospitalaria
no es exclusivamente facilitar el
encuentro con Dios en la oración, ni mucho menos, suplir las relaciones
familiares. Con ser tan importantes los dos aspectos anteriores, si hemos sido
invitados a vivir como hermanos con el Señor, es con el fin de anunciar el
Evangelio a los pobres y necesitados.[63]
El sentido apostólico de la Comunidad y de
cada uno de los Hermanos que la integran, es obvio, si nos atenemos a las
Constituciones de la Orden, por lo que no vale la pena insistir en este punto.
Sí es bueno recordarlo, porque de él depende, en gran parte, el sentido de la
presencia de la Comunidad en el Centro.
Comunidad de comunión
79 Cuanto precede, permite deducir que la
Comunidad Hospita laria debe ser una Comunidad "abierta",
signo de comunión y fraternidad, capaz de suscitar comunión y de crear lazos
de fraternidad entre los hombres.
Lo dijo muy bien Fr. Brian O'Donnell,
actual General de la Orden, en la clausura del Capítulo General de 1988:
"Nosotros, como Hermanos, somos llamados a ser un signo de unión en la
Iglesia..., en la que todos somos llamados a un ministerio, somos un ejemplo de
energía espiritual y de vitalidad apostólica. Nosotros, como Hermanos,...
ofrecemos a la vida y misión de la Iglesia una dimensión especial de unidad y
hermandad. El pueblo nos conoce como «Hermanos» y nuestra profesión es
«hermanarlos». Para nosotros el título «Hermanos» es un precioso don para el
pueblo de Dios. Pero es mucho más importante el verbo «hermanar», porque
nuestra vocación es: hermanar al enfermo, al pobre, al más débil, al más
necesitado"[64].
Sentido de la presencia de la Comunidad en el
Centro
80 Ahora ya es posible deducir cuál es el sentido y la fun ción de
la Comunidad y de los Hermanos en el Centro.
Necesitamos tener en cuenta lo dicho acerca
del carácter confesional de los Centros
y, más concretamente, de cómo esto no significa que la Orden limite su ámbito
de acción, sino que está abierta a colaborar con otros organismos. Esto
supuesto, dada la identidad y el sentido
comunitario de la vida del Hermano Hospitalario, su presencia en un Centro
de la Orden, se podría expresar en estos términos:
La Comunidad de Hermanos de San Juan de
Dios, presente en un Centro asistencial, está llamada a "anunciar y hacer
presente el Reino entre los pobres y enfermos"... para que"se
manifieste el amor especial del Padre para con los más débiles"..., y así
mantener "viva en el tiempo la presencia misericordiosa de Jesús de
Nazaret"[65]..., encarnando
sus mismos sentimientos y manifestándolos con gestos de misericordia[66],
siguiendo el espíritu y ejemplo de San Juan de Dios que, "impulsado por el
Espíritu Santo y transformado interiormente por el amor misericordioso del
Padre, vivió en perfecta unidad el amor a Dios y al prójimo. Se dedicó por
entero a la salvación de sus hermanos e imitó fielmente al Salvador en sus
actitudes y gestos de misericordia"[67].
81 Según esto, la presencia de la Comunidad en
el Centro y, en consecuencia, la de
cada Hermano, tiene sentido desde la
consagración a Dios en el servicio a los enfermos y necesitados, para hacer
presente el amor misericordioso del Padre y, de este modo, anunciar el
Evangelio.
Fr. Pierluigi Marchesi subrayó
repetidamente, durante los años que fue General de la Orden, el nuevo estilo de presencia de los Hermanos
entre los enfermos. Los documentos sobre La Humanización y La
Hospitalidad de los Hermanos de San Juan de Dios hacia el año 2.000,
ponen de relieve las actitudes y formas de
ser y estar del Hermano y de la Comunidad junto al enfermo. Se pueden
resumir así:
- Ser testigos y guías morales;
- Ser conciencia crítica;
- Ser creativos;
- Ser profetas.
Ser testigos y guías morales
82 La consagración a Dios en el servicio a los
enfermos y necesitados, es un don que
constituye al Hermano y a la Comunidad en "testigos":
- Hombres
que tienen experiencia del amor misericordioso del Padre y han decidido
consagrar su vida a ser misericordiosos, para imitar a Jesús de Nazaret al
estilo de San Juan de Dios;
- Hombres
que han contemplado en el Cristo del Evangelio el Ideal de hombre que Dios creó
desde el principio, llamado a vivir la comunión con El y con los demás hombres
y, a su luz:
. han
descubierto el valor, la dignidad, el sentido y el destino transcendente de la
persona humana;
. se
han convencido de que Dios llama a la persona a la vida, no a la muerte; desea
su felicidad, no el sufrimiento;
. han
descubierto en Cristo el sentido del dolor;
y, en consecuencia, urgidos por el mismo
Espíritu que impulsó a Jesús de Nazaret a curar, liberar a los oprimidos y
anunciar a los pobres la Buena Noticia del amor del Padre, haciéndose servidor
de todos para salvarlos:
. han
decidido imitarlo, entregando la propia vida al servicio de los pobres y
enfermos.
Es importante subrayar los dos puntos
fundamentales:
- ser
testigos del amor misericordioso del Padre;
- servir
a los enfermos y necesitados.
Seguramente, es el mejor resumen que se
puede hacer de la misión del Hermano de San Juan de Dios, y el mejor modo de
expresar el sentido de su presencia en un Centro Asistencial.
83 El testimonio de su vida, avala al Hermano en
la tarea de ser "guía moral" para las personas que comparten con él el
servicio al enfermo.
La misma coherencia de vida es la base para
vivir abierto a los Colaboradores y alegrarse de que otras personas se dediquen
a hacer presente el amor de Dios -incluso sin darse cuenta- y a valorar a los
Colaboradores como compañeros y amigos que, cuando son creyentes, en el
servicio a los necesitados pueden expresar el sentido apostólico de su vida,
como respuesta al don del Bautismo; en todas las demás personas, descubre y
aprecia la capacidad de entregar lo mejor de sí en bien de la humanidad que
sufre.
No sólo: descubrirá en el Colaborador al
prójimo, a veces necesitado de comprensión, estímulo, apoyo... Verá en él la
persona que goza y sufre las contingencias de la vida y espera encontrar en el
trabajo un ámbito de acogida y comprensión, para alimentar su capacidad de
acogida y entrega a los demás.
Ser conciencia crítica
84 Creer en Cristo, es aceptar ser "signo
de contradicción": ser conciencia crítica. Por vocación, el
Hermano ha decidido vivir y promover los valores evangélicos, en general, y
sobre todo, los que dicen relación con el servicio, defensa y promoción de la
vida humana. Es una opción irrenunciable que, en más de una ocasión, va a
exigirle respuestas claras y comprometidas.
Los avances de la ciencia y de la técnica
han situado al hombre ante la posibilidad de actuar directamente sobre el
inicio, crecimiento y término de la vida, de manera hasta hace unos decenios
insospechada. Estos avances, que deberían servir siempre para apoyar y promover
formas más humanas de vivir, en aras de otros valores o intereses, muchas veces
se orientan y emplean de manera que hieren los derechos fundamentales de la
persona a nacer, vivir decorosamente y morir con dignidad.
85 Existimos en una sociedad secularizada, en la que tienen derecho a vivir y expresarse personas de diferentes
creencias, indiferentes a los valores transcendentes y ateas. Es un hecho y
hemos de aceptarlo. Como hemos de aceptar que a nuestros Centros acudan
personas que no creen ni viven según los valores del Evangelio que nosotros
profesamos, y hemos de respetar su conciencia.
Ahora, bien, aceptar y respetar los modos
de pensar y vivir los demás, no significa que estemos de acuerdo con sus principios
y valores, o que los equiparemos, sin más, a los que dan sentido a nuestra
vida.
El principio de libertad de conciencia apoya nuestras opciones, nos da derecho y
nos obliga a ser fieles a los valores esenciales de nuestra vocación, siguiendo
el magisterio de la Iglesia.
86 Esto sitúa a la Comunidad, y a cada Hermano,
ante un reto que no deben soslayar:
garantizar que en los Centros de la Orden se apliquen unos criterios
deontológicos y éticos, acordes con las normas de la Iglesia sobre Bioética.
El compromiso es serio y, naturalmente,
comporta exigencias importantes. Entre ellas, destacamos:
- La
Comunidad, sin excluir a ninguno de sus miembros, debe velar, para que la
misión del Centro responda a los valores de nuestro carisma. Adquiere así una
importancia que supera cualquier otra función que haya tenido en el pasado;
esta función debe ejercerla, si quiere ser creativamente fiel al carisma de la
Orden.
- La
Comunidad, todos los Hermanos que la integran, tienen la responsabilidad de conocer los nuevos planteamientos de la
Bioética y los valores y riesgos de los avances científicos y técnicos
relativos a la vida del hombre, para poder responder adecuada y coherentemente.
Es una exigencia muy concreta de formación permanente, que compromete niveles
de la vida de los Hermanos, relacionados directamente con los valores
evangélicos.
Ser creativos
87 La creatividad es una capacidad humana que el
Hermano Hospitalario está llamado a
expresar en su entrega a los enfermos y necesitados, para facilitarles cuanto
contribuya a su bienestar físico y moral. Juan de Dios fue un verdadero
innovador en el "arte" de la asistencia al prójimo; la Orden, a lo
largo de su historia, ha influido de muy diversos modos en el progreso de la
medicina y del servicio integral al necesitado, porque los Hermanos estuvieron
atentos a los nuevos modos de manifestarse las carencias y necesidades de las
personas.
En los últimos años, la Orden ha sido
pionera en promover la humanización de
la asistencia, al constatar que el avance científico y técnico, en muchas
ocasiones, ponía en peligro el respeto a la persona en su globalidad, o la
privaba de la cercanía y el calor humanos, que la apoyaran y alentaran en las
situaciones de dolor y/o marginación. Se advertía el peligro de convertir los
Centros Asistenciales en ambientes estructuralmente bien dotados, altamente
informatizados, en los que el paciente fuera un número o un diagnóstico. Este
riesgo no ha disminuido.
88 El Hermano Hospitalario, la Comunidad,
presente en un Centro, debe ser
sensible a la realidad personal del asistido; realidad que engloba a toda su
persona y está afectada por las circunstancias sociofamiliares, para poder
ofrecerle las respuestas que espera y necesita, aunque no siempre sea capaz de
manifestarlas.
El Hno. Marchesi, hablando de este tema,
dice: "Ser anticipadores, hoy, en nuestras Obras significa saber escuchar al enfermo y actuar en
consecuencia.
De la escucha brotarán proyectos de
estudio, de investigación, de cambio en nuestras viejas e inútiles costumbres"[68].
Ser profetas
89 Las tres formas de presencia de que hemos
hablado, se pueden resumir en la
exigencia de ser profetas en el
Mundo de la Salud. Siguiendo la imagen bíblica, ser profeta significa:
- Ser testigo de la presencia de Dios en
medio del pueblo;
- Ser signo-sacramento de la Salvación de
Dios; signo que se realiza en y mediante
la propia vida;
- Ser anuncio, con palabras y acciones, del
Dios de la Salvación y de la salvación de Dios;
- Ser denuncia, con el testimonio de la vida,
con palabras y acciones, ante formas de vivir que lesionen los "derechos"
de Dios que, en los Profetas, coinciden con los "derechos" de los
pobres.
Si la Comunidad, y cada Hermano que la
integran, llegan a "encarnar" y expresar el sentido profético de su
vocación y misión en la Iglesia, indudablemente:
- Serán
presencia del amor misericordioso del Padre;
-
Harán presente a Cristo entre los enfermos y necesita dos;
- Vivirán la misión de anunciarles el Reino, al
estilo de San Juan de Dios.
Entonces, y sólo entonces, tendrá sentido
eclesial su presencia en el Centro.
En comunión con Cristo sacerdote,
evangelizamos a los enfermos y a los que sufren
90 Podemos afirmar, al final de este capítulo,
que Hermanos y fieles laicos,
Colaboradores de la Orden en el servicio a los enfermos y necesitados, participamos de manera singular en el
oficio sacerdotal de Cristo. El, constituido "sacerdote perpetuo en la
línea de Melquisedec" (Heb 5, 7), ejerció su sacerdocio en el servicio al hombre, entregando la
vida por todos (Cfr. Mt 20, 28), para comunicarnos vida abundante (Cfr. Jn 10, 10).
Nosotros, Hermanos y fieles laicos, -manteniendo nuestra propia identidad:
todos consagrados en el Bautismo y la Confirmación; los Hermanos consagrados,
además, con el don de la vida
religiosa- participamos, sin ninguna distinción, del oficio de Cristo, sumo sacerdote compasivo y misericordioso
(Heb 2, 17).
Cabe decir con San Pablo que, en esta
participación ya no hay varón ni mujer,
pues todos somos uno en Cristo Jesús. (Gal 3, 28).
CAPITULO
TERCERO
Participación
de los Colaboradores
en
el carisma, la espiritualidad y la misión
de
los Hermanos Hospitalarios de San Juan de Dios
Aproximación histórica
91 La Orden Hospitalaria de San Juan de Dios,
hoy presente en los cinco continentes
en más de 200 Obras asistenciales, tuvo origen en Granada, aproximadamente en
el año 1538, en la persona de Juan de Dios: gracias a la acción del Espíritu
Santo, al escuchar un sermón de Juan de Avila, abandonó cuanto tenía, decidido
a manifestar con obras y palabras el amor misericordioso de Dios a los
necesitados.
La transformación interior de Juan fue tan
intensa, que la gente pensó que había perdido el juicio... y lo internaron en
el Hospital Real, en la sección de dementes. Allí intuyó el modo concreto de
expresar la misericordia de Dios en favor de los más abandonados: fundando un
hospital en el que los pobres y enfermos fueran asistidos con dignidad y amor.
Comenzó sin más recursos que su propia
persona: pedía limosna que luego distribuía entre los pobres; recogía a los
abandonados y los reunía en el zaguán de la casa de personas pudientes, hasta
que el número aumentó de tal modo que le exigió pensar en un lugar más amplio.
Poco a poco, su amor creativo le impulsó a organizar un verdadero
hospital-asilo, donde pudo plasmar la intuición que tuvo cuando estaba en el
Hospital Real. Meses antes de morir, escribía a un bienhechor:
"Siendo esta casa de carácter general
se reciben en ella, sin distinción, enfermos de todas clases; así que aquí se
encuentran tullidos, mancos, leprosos, mudos, locos, paralíticos, tiñosos y
otros muy viejos y muchos niños; y esto sin contar otros muchos, peregrinos y
viandantes, que aquí acuden, a los cuales se les da fuego, agua y sal, y
vasijas para guisar de comer... Entre todos, enfermos y sanos, gente de
servicio y peregrinos, hay más de ciento diez"[69].
92 La fuerza interior que animaba a Juan era el
mismo Espíritu de Jesús. La capacidad
de amar, connatural en él, se vio enriquecida y transformada por el amor
misericordioso del Padre. Gracias a la presencia del Espíritu en su vida, con
el carisma de la hospitalidad, Juan "vivió en perfecta unidad el amor a
Dios y al prójimo. Se dedicó por entero a la salvación de sus hermanos e
imitó fielmente al Salvador en sus actitudes y gestos de misericordia... Así es
como nuestra Orden Hospitalaria nace del Evangelio de la misericordia, vivido
en plenitud por San Juan de Dios; por eso, justamente lo tenemos como
Fundador"[70].
Compañeros y colaboradores de Juan de Dios
93 Juan de Dios no escribió Reglas ni
Constituciones. No hizo más que
"contagiar" su modo de vivir el amor de Dios en el servicio al
prójimo necesitado: espontáneamente se fueron uniendo a él algunos compañeros,
para ayudarle en sus obras de caridad, principalmente en el servicio de los
pobres y enfermos de su segundo hospital, en la Cuesta de los Goméles.
El primer biógrafo del Santo dice:
"Fue tan grande el exemplo de vida
(de) Ioan de Dios y lo mucho que agradó a todos, que muchos se animaron a imitalle
y seguir sus pisadas, sirviendo a nuestro Señor en sus pobres y exercitándose
en el oficio de la hospitalidad por sólo Dios"[71].
Juan de Dios tenía plena confianza en las
personas que le ayudaban, especialmente en sus "compañeros". Sabemos
que salía muy temprano del hospital, para recoger limosna y ejercitarse en
otras obras de caridad, y que regresaba tarde al mismo. De lo cual se deduce
que eran sus compañeros y otros colaboradores quienes se encargaban, la mayor
parte del día, del cuidado y asistencia de los pobres y enfermos. Con ocasión
de su viaje a Valladolid, en el que se demoró más de nueve meses, dejó a Antón
Martín, su primer compañero, al frente del hospital, para "que mirase por
los pobres y la casa hasta que él volviese"[72].
Cuando estaba a punto de morir, llamó al mismo Antón Martín, "encargándole
mucho los pobres y los güerfanos y los vergonzantes, amonestándole lo que
había de hacer, con muy santas palabras"[73].
94 Además de los primeros Hermanos, ayudaban a
Juan de Dios otras personas en el
servicio y atención a los enfermos: médicos, boticarios, sacerdotes de la
ciudad y otras muchas, pues "nuestro Señor proveyó de enfermeros, que le
ayudasen a servir a los pobres, mientras él iba a buscalles la limosna y
medicinas con que se curasen"[74].
La historia ha querido conservarnos el
nombre de un colaborador de Juan, que le acompañaba en sus viajes y a quien
enviaba en su lugar a recoger la limosna, a casa de algunos bienhechores: es
Juan de Avila, a quien el Santo llama familiarmente "Angulo". Se
advierte que tiene en él plena confianza, pues lo envía en su nombre incluso a
la corte[75]. El Santo
le llama siempre "mi compañero Angulo", pero no se trata de uno de los
Hermanos, pues hablando de él a la Duquesa de Sesa, le dice:
...por cierto que queda muy necesitado, con
su mujer, por lo cual os pido que miréis por él"[76].
95 A los Hermanos y a las personas que
trabajaban con Juan en la asistencia de los necesitados, hay que
sumar los bienhechores: Juan pudo ayudar a los demás, gracias a las limosnas
que recibía: le ayudaron familias y personas ilustres con limosnas cuantiosas
que le sacaban de apuros en los momentos de mayor necesidad; le apoyó el
pueblo sencillo, que le daba pequeñas cantidades de dinero y llenaba de pan y
comida la espuerta y las ollas que llevaba a cuestas.
Se puede afirmar, sin necesidad de aumentar
las referencias históricas que lo confirmen, que Juan de Dios pudo realizar
su obra, gracias a la colaboración de los primeros Hermanos, de las personas
que acudían al hospital para ayudarle en el servicio y a la limosna de sus
bienhechores.
Otro tanto vale respecto a los
continuadores de la obra de Juan, pues rápidamente se extendieron por
diferentes lugares de España: los Hermanos contrataban médicos, cirujanos,
boticarios, etc.[77].
96 El amor de Dios, que había inundado la vida
de Juan, era la fuerza que animaba a
todas esas personas: a unas las decidió a seguir su género de vida,
manteniendo así el don de la hospitalidad en la Iglesia; a otras, a dedicar
parte de su tiempo en el ejercicio de la caridad con los pobres y enfermos; a
otras, en fin, a apoyar la obra iniciada por él con la limosna.
Había nacido en la Iglesia la familia hospitalaria, compuesta por los
Hermanos, trabajadores, voluntarios y bienhechores. Todos, animados, de
alguna manera, por la capacidad de amar al prójimo, fruto de la acción del Espíritu,
según la vocación de cada uno.
Participación de los colaboradores
en el carisma de la Orden
97 A partir de Juan de Dios, hombres y mujeres
creyentes le han emulado en su entrega a
los enfermos y necesitados, para imitar a Jesús de Nazaret, que pasó por el
mundo haciendo el bien a cuantos encontraba en situación de necesidad (Cfr. Act
10, 38).
Sin embargo, no todos cuantos lo han
imitado y siguen imitándolo, participan de la misma manera del don especial que
recibió del Espíritu y que la Iglesia ha definido como carisma de la hospitalidad.
Conviene recordar lo que se ha dicho en
otro lugar acerca de las motivaciones que pueden impulsar a servir a los enfermos
y necesitados. En este momento nos situamos en el nivel de las motivaciones que tienen su origen en la fe
cristiana, con la intención de distinguir los diferentes niveles de participación
en el carisma de la hospitalidad, recibido por Juan de Dios y heredado por
cuantos son llamados a seguirlo como miembros de la Orden Hospitalaria.
98 Desde el Concilio Vaticano II es frecuente
hablar de carismas en la Iglesia.
También lo es referirse en el lenguaje corriente a personas con carisma. Intentamos aclarar lo que nosotros entendemos
por carisma: haremos una doble aproximación, teniendo como base la doctrina de
San Pablo, a la que nos vamos a referir muy brevemente, para hacer una
aplicación a las personas con
"carisma" y, posteriormente al sentido teológico del carisma.
99 San Pablo habla de los carismas como dones que el Espíritu Santo concede a los fieles para la comunión
y edificación de la Iglesia. Se trata de gracias que recibe el creyente.
En este sentido, es algo personal, que permite vivir la fe en Jesucristo y
sentirse realizado como persona. Pero el Espíritu no se comunica al cristiano para "encerrar" su Vida en la
individualidad de la persona agraciada, sino para que su presencia y acción en
la Iglesia redunde en beneficio de la comunidad y, en general, de cuantos
tienen relación con sus miembros (Cfr. 1 Cor 12, 4-7; Ef 4, 13).
Ateniéndonos a la aplicación que hace el
mismo San Pablo, carisma dice relación a la
vocación personal y, más concretamente, al servicio o actividad que el fiel está llamado a realizar en la
Iglesia (Cfr. Rom 1, 1; 1 Cor 12, 4-6).
No cabe duda de que el Espíritu, al
conceder un carisma, tiene en cuenta la identidad de quien lo recibe. Su
presencia potenciará las cualidades y habilidades del creyente, de manera que
pueda vivir con espontaneidad el servicio a que es llamado y conseguir la
felicidad personal.
100 Las ciencias sociales hablan de personas "carismáticas", para referirse a quienes tienen cualidades que
les permiten influir eficazmente en grupos de personas o en sectores amplios
de la sociedad.
En cierto sentido, este modo de comprender
el carisma tiene que ver con el modo de entenderlo San Pablo, aunque no se
hable de don del Espíritu: la
persona carismática se siente transcendida, de manera que sus palabras y
acciones son capaces de arrastrar a muchas más y de inspirar e impulsar movimientos
sociales que, al menos en principio, están orientados a mejorar la calidad de
vida de las personas y de los grupos.
La historia se ha encargado de perpetuar el
nombre de personas carismáticas: Moisés, Mahoma, Marx, Gandhi, Luther King,
Juan XXIII y tantos otros que, en cierto modo, han cambiado el curso de la
historia, sin necesidad de referirnos a Jesús de Nazaret, los Doce y al mismo
San Pablo.
La vida religiosa como carisma
101 El Espíritu concede carismas a personas
determinadas. Pero, antes de nada, se
hace presente en la Iglesia de Cristo que, esencialmente, es carismática. Ella
es la depositaria de todos los carismas; ella, tiene la misión de discernir
los carismas de los fieles; ella como Madre solícita, se preocupa de
interpretar y regular la llamada especial a seguir a Cristo por el camino de
los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia, aprobando y
promoviendo formas estables de vivirlos, consciente de que la vida religiosa es
un don divino que recibió de su Señor y que con su gracia conserva siempre[78].
102 Los elementos esenciales que distinguen a los
fieles llamados
a seguir a Cristo en la vida religiosa, son la consagración, la misión y la comunión. Se trata de aspectos que
pertenecen a la misma esencia de la Iglesia. Los religiosos, con su vocación
especial, no hacen más que intentar vivirlos con mayor radicalidad, animados por una opción de fe que les motiva a
participar de la consagración y misión de Cristo, imitándolo en su estilo de
vivir la plena donación al Padre y el servicio a los hombres.
La
consagración del religioso tiene su origen en el amor de
predilección de Dios que, en un acto de pura gratuidad, lo elige para que su
existencia entre los hombres sea un signo particular del sentido transcendente
de la vida. Signo que se manifiesta en una dedicación plena a Dios, expresada
en una actitud contemplativa de la vida, como experiencia de la presencia de
Dios en él y en cuanto le rodea, que le motiva a sentirse habitualmente
dedicado al culto y a la alabanza, mediante la ofrenda de todo su ser al Señor.
La respuesta del religioso a la invitación
de Dios consiste en aceptar a Dios en su vida como Señor y Absoluto de su
existencia: El llena todas sus aspiraciones y proyectos; por El vale la pena
vivir; El colma su vocación humana a conseguir los más altos niveles de
existencia en libertad y amor. Esta
convicción le motiva a "consagrar" a su Señor los valores más
significativos de su vida, manifestando su opción por Dios en la profesión de
los consejos evangélicos de castidad,
pobreza y obediencia.
103 La
misión que el Espíritu confía al religioso consiste, esencialmente, en ser "memoria"
de Cristo Jesús, suscitada, precisamente, mediante la consagración de la
propia existencia, que evoca el modo de existir del Hijo, centrado fundamentalmente
en el Padre, asentado en su Amor, dedicado totalmente a cumplir su voluntad y
entregado al servicio de los hombres, para ser testigo de un existir humano
liberado de cuanto significa egoísmo y alienación.
Esto hace que el religioso, mediante el celibato por el Reino, el religioso,
como Jesús, viva el amor como signo de que la vida es un don que se recibe
gratuitamente y es posible transmitirla y promoverla mediante unas relaciones
de amor que, abarcando todo el ser de la persona, la transcienden. Con esto, el
religioso no infravalora el sentido del amor matrimonial. No hace más que
ofrecer el otro rostro del amor humano, que se asemeja más directamente al
amor esponsal de Dios con el hombre.
Con la pobreza
evangélica, el religioso, consciente de la radical necesidad de ser salvado
por Dios, asume las actitudes de Cristo Jesús, que se hace servidor de los
demás, y usa los bienes de la tierra como medio para conseguir la igualdad
entre los hombres: no acumula riquezas, comparte con los hermanos toda su existencia
y cuanto consigue con su trabajo.
A través de la obediencia, se identifica con el Hijo, que vive en amorosa
dependencia del Padre y se entrega en cuerpo y alma a cumplir su voluntad. De
este modo, el religioso ofrece el testimonio del verdadero sentido de la
libertad humana: es libre quien ha conseguido un nivel de libertad interior
tal, que experimenta que el sentido de su vida está en ser fiel a su vocación
personal y a colaborar a que los demás consigan realizarse como personas.
104 La manifestación del sentido profundo de la misión del religioso se concretiza en una forma de presencia en la Iglesia y
en la sociedad que, en el caso de los religiosos dedicados al apostolado, se
realiza en un servicio de amor a los hombres, para ser en medio de ellos signo de la benevolencia y cercanía de
Dios. Si miramos el servicio de los Hermanos Hospitalarios, la
"misión" que realizamos coincide con una actividad que se enraiza,
como hemos indicado ya, en la misma esencia del ser humano y se expresa en actividades
que coinciden, en las formas, con las que realiza un profesional de la salud.
Sin embargo, en nuestro caso, la opción de fe por Cristo para hacer presente el
Reino de Dios entre los hombres, confiere a la actividad profesional un sentido
nuevo, que la convierte en profecía.
La dedicación del religioso al servicio de
los hombres, asume las actitudes que animaron a Cristo Jesús: la experiencia
del amor del Padre le impulsa a vivir el amor en el servicio a los hombres,
para anunciarles la salvación, con formas y gestos de gratuidad.
105 El religioso vive la consagración y la misión en comunión con otros hermanos que, lo mismo que él, han sido elegidos y
llamados a seguir a Jesús, como miembros de la Iglesia que constituyen una familia, que tiene como vínculos de
unión la fe en un mismo Dios y Señor, el amor del Espíritu y la esperanza que
les impulsa a colaborar en la construcción de un orden humano que refleje en la
tierra los valores del Reino futuro.
La comunión entre los Hermanos es el distintivo
último de la vida religiosa. Al reunirse para formar fraternidad, eligen un estilo de vida en familia que imita la vida
de la comunidad de Jesús con los Doce: viven abiertos a la voluntad del Padre,
comparten la vida con Cristo, tienen todo en común y todos dedican su vida a la
alabanza y al anuncio del Evangelio a los pobres.
Juan de Dios, hombre "carismático"
106 Es claro que Juan de Dios fue un hombre
"carismático", en el sentido
amplio de la expresión. Su modo de actuar atrajo la atención de cuantas
personas lo conocieron y, de un modo u otro, se sintieron arrastradas por la
fuerza de su entrega total al servicio de los necesitados. El influjo no se
limitó a la ciudad de Granada: se extendía a su paso por las aldeas y ciudades
de Andalucía, Extremadura, Castilla y León. Tenía un algo que era contagioso.
De ahí el cambio que se produjo en la opinión de la gente: de loco, necesitado
de ser encerrado en el Hospital Real, cuando lo conocieron, a tenerlo como
hombre de Dios. Lo refleja bien el cambio de nombre, que le otorgó el pueblo:
de Juan Ciudad, su nombre, a Juan de Dios, el nombre con que ha pasado a la
historia de los hombres y de la Iglesia.
107 Pero su "carisma" tenía un contenido
que transcendía su propia persona: no
eran sólo actitudes y gestos humanos que, al expresarse en amor a los
necesitados, suscitaban la admiración y movían a colaborar en su Obra.
El
carisma de la hospitalidad con que fue enriquecido por el Espíritu
Santo, se encarnó en él como germen que debía continuar vivo en otros hombres,
a quienes el Espíritu concede experimentar, de manera singular, el amor misericordioso del Padre, para que en
su vida y obras prolonguen a través del tiempo la presencia misericordiosa de
Jesús de Nazaret, sirviendo a las personas que sufren, al estilo de Juan de
Dios[79].
El Espíritu, que se vale de personas
débiles y poco significativas cuando desea destacar su obra, en un siglo en el que la Iglesia vivía un
movimiento de Reforma, apoyado por grandes teólogos y fundadores de institutos
religiosos, quiso manifestar la fuerza de su Amor eligiendo a Juan, hombre
sin letras, que no se ocupó de otra cosa que de vivir entrañablemente unido el
amor de Dios en el servicio a los pobres, para que fuera el Fundador de la
Orden Hospitalaria, que hoy lleva su nombre.
108 Juan
de Dios recibió el carisma de la vida religiosa, al ser "consagrado" con la presencia
especial del Espíritu que, con el don de la hospitalidad, lo eligió para ser
Fundador de la Orden Hospitalaria. Esta experiencia cambió el sentido de la
vida de Juan: a partir de lo que se ha llamado su conversión definitiva, se
sintió invadido por el amor misericordioso del Padre y experimentó el infinito
amor que le tenía Jesucristo. Esto le impulsó a entregarse al servicio de los
pobres y abandonados con una motivación profunda, que él mismo se preocupa de
afirmar:
"Estoy aquí empeñado y cautivo por
sólo Jesucristo... Juan de Dios, el que desea la salvación de todos como la
suya misma"[80].
109 Se puede, pues, afirmar, que Juan de Dios fue un "laico", consagrado
con una vocación especial en la Iglesia.
Así lo entendieron sus compañeros que,
después de la muerte de Juan, continúan unidos en el Hospital de Granada
practicando la caridad y, poco a poco se van extendiendo, siempre en comunión
con los Hermanos del primer Hospital, animados todos por el "espíritu"
y ejemplo de Juan de Dios.
Así lo entendió la Iglesia que, a través de
los Papas y Obispos reconoció que la obra que realizaban los Hermanos tenía
como iniciador a Juan de Dios:
"...hombre santo, justo y temeroso de
su ley, como lo mostró en todo el discurso de su vida sancta y limpia por obras
que hizo, y aquella caridad encendida que abrasaba su corazón para con los
pobres enfermos afligidos y necesitados, el
cual no sin inspiración divina fue el primer autor fundador y principio de
vuestra regla e instituto[81].
Se admite, pues, que Juan ha recibido no
sólo un carisma personal particular, sino que éste tiene el carácter de carisma fundacional, capaz de congregar
a quienes lo reciben en una familia y,
animados por el Espíritu, se entregan generosamente al servicio de Dios
en los enfermos y necesitados, para anunciarles el Reino al estilo de Jesús,
como lo hizo Juan de Dios.
Sentido teológico de carisma, misión y
espiritualidad
110 La doctrina de San Pablo nos permite hacer una
definición breve sobre lo que la
teología actual entiende por carisma:
es toda forma de presencia del Espíritu
en la vida del creyente, que enriquece y dispone para realizar un servicio en
favor de los demás.
Elegimos esta definición, porque expresa
muy bien los elementos esenciales de todo carisma:
- transcendencia y gratuidad: el creyente
recibe el don sin que pueda hacer nada para merecerlo: es puro regalo del Espíritu;
- subraya el carácter personal y personalizador:
el Espíritu se hace presente en cada uno para promover su realización
personal;
- dispone para servir a la Comunidad: la
experiencia del amor de Dios motiva y estimula a amar a los demás.
111 La
misión, consecuencia del carisma recibido, es el modo concreto de expresar el
servicio en la Iglesia, en favor de los hombres. En consecuencia:
- está íntimamente relacionada con la dimensión
de fe, y es un modo de expresarla;
- configura toda la existencia del creyente y hace
que su actuación adquiera sentido y contenidos de "profecía", es
decir: sea anuncio de la presencia salvífica de Dios entre los hombres: el
servicio realizado, en cierto modo, es
un signo que evoca la presencia y la actuación de Dios en la historia y,
por tanto, es anuncio del Reino: un
modo de expresar la salvación de Dios.
112 La
espiritualidad es el modo de ser y de vivir que conduce a la identificación personal con Cristo. Es
como la expresión existencial del
carisma y la misión. La espiritualidad, en consecuencia, es una realidad que abarca a toda la persona:
al ser y al hacer; al estilo peculiar de orar y de relacionarse con los demás.
Por tanto, la espiritualidad explicita:
- la manera de vivir y expresar la propia fe,
entendida como "encuentro" personal con Dios y como el modo de
"encarnar" la actitud contemplativa de la vida, en las relaciones
interpersonales y en el trabajo habitual;
- la forma de asumir y anunciar el Reino, en
actitudes, gestos y palabras;
- los signos mediante los cuales se acoge y
manifiesta la presencia de Dios y su amor a los hombres;
- el modo de vivir y expresar los consejos
evangélicos, cuando se trata de los religiosos.
113 La misión y la espiritualidad son dos
realidades que se exigen mutuamente: ambas brotan del carisma. De
ahí que es inconcebible una espiritualidad que no esté orientada a la
evangelización, ni puede existir misión que no esté animada por la
espiritualidad.
Las Constituciones de la Orden
Hospitalaria, definen los elementos esenciales del carisma de los Hermanos de
San Juan de Dios:
"En virtud de este don, somos
consagrados por la acción del Espíritu Santo, que nos hace partícipes, en forma
singular, del amor misericordioso del Padre. Esta experiencia nos comunica
actitudes de benevolencia y entrega, y nos hace capaces de cumplir la misión de
anunciar y hacer presente el Reino entre los pobres y enfermos; ella transforma
nuestra existencia y hace que en nuestra vida se manifieste el amor especial
del Padre para con los más débiles, a quienes tratamos de salvar al estilo de
Jesús"[82].
La
misión de la Orden la describen así:
"Animados por el don recibido, nos
consagramos a Dios y nos dedicamos al servicio de la Iglesia en la asistencia a
los enfermos y necesitados, con preferencia por los más pobres... Al llamarnos
a ser Hermanos Hospitalarios, Dios nos ha elegido para formar una comunidad de
vida apostólica"[83].
La
espiritualidad peculiar del Hermano Hospitalario consiste en
"encarnar cada vez con más profundidad los sentimientos de Cristo hacia
el hombre enfermo y necesitado y a manifestarlos en gestos de
misericordia" (...) dedicándose "con gozo a la asistencia de quien
sufre", de manera que "nuestra vida es para él signo y anuncio de la
llegada del Reino"[84].
Participación de los fieles laicos en la Vida
de la Orden
114 El Espíritu Santo concede los carismas a
personas concretas, en favor de la
Iglesia, de los hombres. El carisma, por lo tanto, no se limita a la persona
que lo recibe, sino que tiene una "irradiación", en virtud de la
cual el don recibido transciende a los demás.
De ahí que el carisma de la hospitalidad,
recibido por Juan de Dios, no produjo un bien solamente a Juan; de él se
beneficiaron cuantas personas lo trataron: los pobres y sus Hermanos, los
bienhechores, trabajadores y voluntarios que le ayudaron a realizar la misión
que le confió el Espíritu. Como ya hemos indicado, además, el carisma de la
hospitalidad, recibido por Juan, tiene el sentido de carisma fundacional, lo que significa que no desapareció de la
Iglesia con su muerte, sino que sigue presente en ella y lo reciben quienes,
como Juan de Dios, han sido destinados a reproducir la imagen del Hijo (Cfr. Rom
8, 29), que pasa por el mundo haciendo el bien y anunciando la Buena Noticia a
los pobres y enfermos (Cfr. Act 10, 38; Lc 7, 22), al estilo de
San Juan de Dios.
El carisma de la Hospitalidad, según lo
recibió Juan de Dios, sigue vivo hoy en la Iglesia en los Hermanos de la Orden
Hospitalaria, fundada por él. Naturalmente, ellos lo siguen
"irradiando" y, en la medida que lo viven en fidelidad renovada,
colaboran con el Espíritu para que se difunda y prolongue en el tiempo.
115 Hay una pregunta que, con frecuencia, se hacen
los cola boradores de la Orden:
"¿Cómo
participamos ellos del carisma de Juan de Dios?".
Propiamente hablando "los carismas se
conceden a la persona concreta; pero pueden ser participados por otros y, de
este modo, se continúan en el tiempo, como viva y preciosa herencia, que genera
una particular afinidad entre las personas"[85].
De esta índole es el carisma recibido por Juan de Dios. Directamente lo participan las personas que reciben del Espíritu
su misma vocación, por la cual son
invitados a seguir a Cristo en la Orden Hospitalaria. Es el caso de los
Hermanos. Puede darse que otras
personas lo reciban y, por distintas circunstancias, no lleguen a descubrirlo,
o a desarrollarlo existencialmente.
Los fieles laicos, que no reciben la misma
vocación de Juan, participan de su carisma de modo indirecto. Entendemos este modo de participación en el carisma de
la Orden como resultado de la "irradiación" del mismo: quien conoce a
Juan de Dios, sea por la lectura de su vida o por la relación directa con los
Hermanos, experimenta que en su vida se produce una especie de luz, que
suscita en él la invitación a vivir la hospitalidad, imitando a Juan o a sus
Hermanos.
116 Conviene tener en cuenta, antes de seguir, que
el carisma de la hospitalidad no es
exclusivo de los Hermanos de San Juan de Dios: es un don del Espíritu Santo a
la Iglesia, que reviste múltiples manifestaciones. En cierto modo, lo experimentan
todos los creyentes en Cristo.
Esto hace que quien entra en relación con
Juan de Dios y su Obra, perciba que su capacidad de amar al prójimo se potencia
y se sienta invitado a expresarla. Pero el
don lo recibe de acuerdo con su vocación cristiana.
Resumiendo: la participación en el carisma
de la Orden, propiamente hablando, es peculiar de los Hermanos de San Juan de
Dios y de quienes han recibido su misma vocación. Los fieles laicos que se
sienten invitados a vivir la hospitalidad, participan del carisma de Juan de
Dios al abrirse a la espiritualidad y la
misión de los Hermanos, encarnándola en su
vocación personal.
El nivel de participación, naturalmente, es
muy variado: habrá quienes se sientan más vinculados a la Orden desde la
espiritualidad; otros, en cambio, en el desempeño de la misión. Pero, lo
importante, es que el don de la hospitalidad, recibido por Juan de Dios, crea
unos lazos de comunión entre los Hermanos y Colaboradores que los impulsa a
desarrollar su vocación cristiana y a ser para el pobre y necesitado manifestación
del amor misericordioso de Dios a los hombres.
El hecho de que Hermanos y fieles laicos
compartan la riqueza de la mutua vocación, desde el denominador común de la
hospitalidad, que en cada uno tiene contenidos y manifestaciones diferentes,
es un estímulo que los impulsa a vivir cada vez con más profundidad la propia
identidad, conscientes de que en la medida que cada uno viva en fidelidad su
propia vocación cristiana, la Iglesia y las personas que reciben el servicio
para el que dispone el carisma, van a experimentar el fruto de la acción del
Espíritu, en toda la riqueza que es capaz de comunicar su presencia.
117 Por otra parte, de la valoración del don
personal recibido, depende la fidelidad
a reproducir en sí mismo los rasgos de Cristo, a configurarse con El. En otro
lugar, a este modo personal de configurarse con Cristo lo hemos denominado espiritualidad. Veíamos que, en la
práctica, es la expresión existencial del carisma y de la misión y que abarca
a toda la persona, imprimiendo una especie de estilo que la distingue.
Hay rasgos de la espiritualidad de la Orden
que coinciden con la espiritualidad propia de personas que colaboran con los
Hermanos. A este nivel es conveniente valorar esas coincidencias, para
ponerlas en común, desarrollarlas en una relación más directa, apoyada
precisamente en esas coincidencias. Pueden y deben surgir, a partir de ellas,
encuentros de reflexión, de diálogo y, naturalmente, de oración común de los
Hermanos y Colaboradores. Encuentros que, por brotar de unos valores que
comunica el Espíritu, transcienden las relaciones que en otro lugar hemos
llamado de trabajo y que, por lo mismo, deben programarse en tiempos diferentes
a los del horario laboral, para evitar posibles conflictos. Son momentos de
relación que necesita valorar cada persona, para asumir responsable y
libremente las responsabilidades que implican, la menor de las cuales no es,
ciertamente, la del testimonio de vida que debe derivarse de esos encuentros.
Además, es importante que en esas
reuniones, cada persona o cada grupo, sea capaz de expresarse también desde los
contenidos de la propia espiritualidad, de las exigencias personales que se
siguen de la propia vocación cristiana, con el fin de enriquecer a los otros y
conseguir que ellos puedan ofrecer sugerencias y pistas de realización que
ayuden a vivir con más transparencia el seguimiento de Jesús.
118 Un aspecto de la Vida de la Orden en el que
participan más directamente los
colaboradores es la misión de servir a
los enfermos y necesitados. Situados, como estamos, en la dimensión
creyente, vale la pena recordar el principio de que toda persona bautizada está
llamada a colaborar en la evangelización desde su propia identidad, en el
trabajo habitual que realiza.
Desde este punto de vista, los creyentes
que trabajan en Centros de la Orden, están llamados a expresar su compromiso en
la evangelización, ante todo, mediante su trabajo profesional, realizado con
eficiencia y apoyado en actitudes humanas que expresen en su modo de actuar la
bondad y la cercanía de Jesús a las personas que sirven y a los otros
compañeros de trabajo. Así, el servicio es el primer medio para la evangelización.
A veces se buscan tiempos y lugares en los
que vivir el compromiso cristiano y se descuida expresar la propia identidad
en el trabajo habitual que se realiza. ¿Se puede encontrar un ambiente más
adecuado para anunciar a Cristo que el de un hospital o Centro Asistencial,
donde tantos enfermos y pobres esperan descubrir el amor que Dios les tiene?
Recordemos que los llamados a servir a los pobres y necesitados tenemos la
responsabilidad de ser para ellos manifestación de la bondad y cercanía de
Dios.
Se da mucha importancia a descubrir y vivir
la presencia de Cristo en la persona enferma y necesitada, con el fin de dar
sentido al servicio que se presta. Es un valor importantísimo que se debe
cultivar, una actitud de fe que es necesario alimentar, sobre todo, para
valorar al necesitado en su dignidad de persona e hijo de Dios. Es un
"derecho" que Jesús concedió a los pobres y a los que sufren. Pero no
podemos olvidar este otro derecho: descubrir en nosotros la presencia de Jesús.
Es una realidad que, seguramente, comporta mucha más fuerza de transformación a
nivel personal y que exige, casi de manera espontánea, un actitud constante de
renovación cristiana.
119 La participación de los Colaboradores
creyentes en la misión de la Orden, no
se limita al ámbito del servicio compartido, realizado con sentido
evangelizador. Incluye la responsabilidad de anunciar a Cristo también con la
palabra, que implica: saber dar razón de la propia fe, confesarla con
sencillez ante los demás, ofrecerles motivos de esperanza y comprometerse en la
pastoral.
El compromiso en la pastoral de la salud lo tienen no sólo los Hermanos: se extiende
también a los otros creyentes que trabajan en el Centro. Ya hemos indicado que
el servicio bien realizado es evangelización y, por lo tanto, es pastoral. Se puede afirmar que es
como el requisito que dispone el ánimo del enfermo o del necesitado para acoger
en actitud de fe el anuncio explícito del Evangelio de Cristo. Pero no se puede
limitar la Pastoral de la Salud sólo a un servicio bien realizado: exige,
además, la realización de unos programas de catequesis, de celebraciones
litúrgicas y de encuentros de oración.
En la realización de los planes de Pastoral de la Salud adquiere
valor de testimonio especial, la presencia y el compromiso de quienes no son
Hermanos. No es difícil pensar que los Hermanos se comprometan en la pastoral,
como exigencia natural de su consagración y, por lo tanto, que se vea en ellos
como un deber. Cuando la pastoral la realizan hombres y mujeres que viven la fe
en ambientes muy similares a los de los pacientes, es fácil que produzcan un
impacto más hondo y cuestionen más eficazmente la vida.
120 Hemos hablado casi exclusivamente de los
trabajadores. Esto no significa que sólo
ellos participan del carisma, de la espiritualidad y en la misión de la Orden.
Los voluntarios y bienhechores también participan y, en cuanto creyentes,
cuando entregan parte de su vida y de su tiempo al servicio generoso y
desinteresado de los enfermos y necesitados, están expresando claramente esa
comunión con los Hermanos, precisamente en el nivel de gratuidad. Vale, por
tanto, cuanto se ha dicho respecto al servicio, como el primer modo de realizar
la evangelización, y también ellos son invitados a participar directa y
activamente en los Equipos de Pastoral
de la Salud de los Centros de la Orden.
121 De la comunión en la fe, se derivan, como
estamos viendo, unos niveles muy
profundos de relación entre Hermanos y Colaboradores, que intentamos resumir:
- Desde la vivencia de la propia vocación,
que nos permite valorar y aceptar el modo personal de vivir la presencia del
Espíritu en nuestra vida (carisma), se sigue una relación que dimana del
compartir la riqueza del don recibido. Se da una co-participación en los frutos
espirituales de los diferentes carismas, que animan a valorar la riqueza del
Amor de Dios, manifestado en su Espíritu, estimulan a vivir en fidelidad la
propia vocación y urgen a colaborar para que los otros sean fieles a su
identidad cristiana.
- Con los dones de la vida y del Bautismo, hemos
recibido la vocación a reproducir los rasgos de Cristo y a identificarnos con
El, de acuerdo con nuestra identidad personal. Es a lo que hemos llamado
"espiritualidad". Desde esta dimensión de nuestra vida, Hermanos y Colaboradores estamos llamados a
vivir unas relaciones fundadas en la fe, que deben expresarse en encuentros de
profundización, de oración y de celebraciones litúrgicas comunes, que estimulen
y favorezcan el crecimiento de todos y sean como el coronamiento de cuanto
compartimos en el servicio a los enfermos y necesitados.
- El compromiso de anunciar el Evangelio y ser
testigos de Cristo, nos urge a todos, Hermanos y Colaboradores, a vivir y
realizar el servicio a los demás como el primer modo de expresión de ese
compromiso evangelizador, manifestado principalmente en unas actitudes que
evoquen la presencia de Cristo junto a quien sufre. Además, ese mismo
compromiso anima a participar activa y responsablemente, cada uno en la medida
de sus posibilidades, en los Equipos de Pastoral de la Salud del Centro.
Quien sirve al prójimo con amor,
participa del "espíritu" de Juan de
Dios
122 Muchos de los Colaboradores de la Orden no
comparten con nosotros la fe en Cristo y
en el sentido transcendente de la vida. Sin embargo, se sienten vinculados a
Juan de Dios y experimentan que su modo de servir a los enfermos y necesitados
los anima a imitarlo.
Estrictamente hablando, habría que decir
que estas personas no participan del "carisma" de Juan de Dios. Sin
embargo, Jesús nos permite descubrir un modo de comunión entre los hombres que
va más allá de la consciencia y la confesión de la fe. El texto de Mateo 25,
37-40, pone de relieve que el servicio
a los pobres, enfermos y encarcelados, es "sacramento" de
salvación para quien lo realiza, aunque no lo haga conscientemente para servir
al Señor. Esto quiere decir que en el servicio a los necesitados, cuando se
hace con actitudes y gestos de solidaridad, con sentido de ética profesional,
existe una fuerza capaz de establecer niveles de comunión entre quienes lo
realizan.
123 Una lectura de este texto, a la óptica de la
participación en el carisma que animó
a Juan de Dios a entregarse al servicio de los necesitados, permite llegar a
unas conclusiones importantes:
- por parte de los Hermanos: la persona que
se encuentra en necesidad, por falta de salud o de otros bienes, es "sacramento"
de comunión entre cuantos se esfuerzan para ofrecer remedio a su situación. La
presencia de tantas personas de buena voluntad que, con nosotros colaboran en
las tareas de servicio, aunque no participen de nuestra misma fe, debe
animarnos a vivir con ellas una relación de diálogo y amistad. Por otra parte,
hemos de descubrir en estas personas destinatarios de nuestro testimonio de
creyentes en Cristo. Y el testimonio que puede llegar directamente a ellas es
el de un servicio bien realizado, animado de actitudes y gestos de compasión,
solidaridad, valoración y respeto de la dignidad de la persona. Seguramente,
el Espíritu, a través de nuestra vida, desea iluminar la existencia de quienes
no lo han descubierto, para que también ellos lleguen a sentirse objeto del
amor y de la salvación de Dios;
- por parte de los Colaboradores que realizan
el servicio al prójimo animados por motivaciones que no van más allá del
horizonte intramundano: es importante que sigan abiertos a Juan de Dios, para
imitar de él el estilo de servicio que supo infundir en el hospital, y que han
heredado sus Hermanos, haciendo de la persona necesitada el "centro"
unificador de su esfuerzo para colaborar en la superación de la enfermedad, la
pobreza y cualquier forma de marginación; que la persona necesitada sea para
ellos, como para Juan de Dios, una llamada a la solidaridad y a superar todo
tipo de discriminación entre los hombres; es bueno que se adentren en la
personalidad de Juan de Dios, para poder descubrir en él al "hermano de
todos", que supo dialogar con todos, sin tener en cuenta ideologías ni
clases sociales. Es bueno que, desde su amor a la verdad, estén abiertos a
los interrogantes que plantea a toda persona la relación directa con el dolor
y la limitación humana, para poder descubrir respuesta los interrogantes que
todo hombre se plantea, sobre sí mismo y sobre el destino de la humanidad.
Desde esta óptica, incluso los
Colaboradores no creyentes, participan del carisma de Juan de Dios, no sólo
como posibles beneficiarios, que pueden encontrar en el testimonio de su vida
la manifestación de la existencia de Dios, que se hace prójimo del hombre para
demostrarle su amor, sino como colaboradores en la tarea de hacer del mundo un
"hogar" en el que todos los hombres se sientan hermanos. En realidad,
en esto consistió la obra de Jesús, y a este fin se orienta la acción del
Espíritu en la Iglesia.
124 Juan de Dios sigue presente en los Centros de
la Orden Fundada por él:
- su
entrañable amor a los enfermos y necesitados, encarnado en unas actitudes y
gestos de servicio, comprensión, fidelidad y benevolencia;
- su
valoración y defensa de la vida y los derechos de los pobres y enfermos;
- su
interés y deseo de la salvación de todos, a quienes invitaba a reconocer el
amor y la cercanía de Dios;
- su
profundo amor a Jesucristo, centro y animador de su vida y de sus trabajos,
son la
fuerza que anima a cuantos, como Juan, dedican la vida al servicio de los
enfermos y necesitados.
El mismo Espíritu que animó a Juan de Dios
es Quien renueva diariamente en nosotros la experiencia del amor que Dios nos
tiene, y nos impulsa a traducir esta experiencia en el amor, que se hace
servicio y compañía, a los enfermos y necesitados. El mismo Espíritu es quien
establece en nosotros unos lazos de comunión, que nos motivan a colaborar unidos en la misión de promover
y servir la vida, para hacer
presente el Reino de Jesús. El es quien aviva en cada uno la responsabilidad
de ser fieles a la vocación que de El hemos recibido, para ofrecer al mundo,
como miembros del Pueblo de Dios, un testimonio claro de "comunión" y
una visión más completa del Cristo total, de Quien todos somos miembros.
EPILOGO
Antes de concluir, creemos conveniente
recoger, en síntesis, las principales consecuencias que se derivan de este
documento. Se trata de conclusiones a dos niveles: teórico-doctrinales y
operativas.
Conclusiones teórico-doctrinales
125 Las expresamos de manera esquemática, pues no
se trata más que recordar las ideas
principales que hemos deseado recoger en el documento:
- Es
posible conseguir progresivamente niveles más ricos de relación entre Hermanos
y Colaboradores.
La posibilidad se fundamenta en la
vocación de toda persona a la comunión, por un lado, y en las cualidades y
motivaciones que animan a cuantos participan en los Centros de la Orden en la
asistencia a los enfermos y necesitados, por otro.
Se habla de relaciones progresivamente más
ricas, pues ya existen niveles de relación entre unos y otros: no es cuestión
de comenzar de nuevo, sino de clarificar, purificar y ahondar la relación
actual.
- Entre
Hermanos y colaboradores es posible vivir diferentes niveles de relación y
comunicación, derivados, principalmente, de las motivaciones que animan a los
individuos y a los grupos en su dedicación a los enfermos y necesitados, como
se ha dicho en otro lugar.
- Es
necesario ahondar en el conocimiento, valoración y respeto de las personas y de
los grupos, aceptando debidamente las ideas y opciones de cada uno, en un
clima de apertura y diálogo.
- Conviene
distinguir las relaciones de tipo profesional de las que pueden establecerse a
partir de otros valores y motivaciones, si bien en algunos casos se
interrelacionan íntimamente.
126 La Orden necesita tener en cuenta las
consecuencias que se derivan de ser
propietaria y gestora de los Centros y las que se siguen del carisma, misión y
espiritualidad que la definen y distinguen en la Iglesia y ante la sociedad en
general. En consecuencia:
- debe
asumir y promover el cumplimiento de las Doctrina Social de la Iglesia y de las
leyes justas de cada país, para responder adecuadamente a las expectativas y al
derecho de las personas asistidas y de los trabajadores;
- es
necesario que promueva y anime la "comunión" con los Colaboradores
que se identifican como creyentes, para vivir con ellos una relación más rica,
a niveles de fe y apostolado.
Conclusiones operativas
127 No hacemos más que deducir las consecuencias
prácticas de las conclusiones
precedentes, entre las que estimamos como más importantes las que siguen:
- Es
necesario difundir, estudiar y profundizar este documento, por parte de los
Hermanos y Colaboradores. A tal fin, conviene promover y animar encuentros de
reflexión, seminarios, etc. en los que, al menos en algunas ocasiones,
participen conjuntamente Hermanos y Colaboradores.
- Los
Organos de Gestión y Dirección de los Centros de la Orden, deben:
. mejorar
los cauces que faciliten y refuercen el conocimiento, la valoración y la
relación entre Hermanos y Colaboradores;
. promover
entre los Colaboradores el conocimiento de la Filosofía de la Orden, utilizando
los medios más oportunos para conseguirlo;
. renovar
los sistemas de información y diálogo entre los diferentes sectores, sobre los
objetivos y situación del Centro;
. promover
la formación permanente, como se ha indicado ya, de manera que se promueva el
crecimiento integral de cuantos participan en la asistencia, organizando y
promoviendo la participación de todos en mesas redondas, cursos y cursillos de
actualización profesional y humana. Es importante que en algunas actividades
participen Hermanos, trabajadores y voluntarios;
. facilitar,
en la medida de lo posible, medios que promuevan el bienestar y las
relaciones de la familia de los trabajadores y voluntarios.
- La
Orden, como Familia Religiosa, debe:
. motivar
y urgir a los Hermanos para que valores y vivan cada vez más identificados con
su vocación de consagrados y la misión primordial de evangelizar a los enfermos,
necesitados y Colaboradores;
. promover
la "comunión" y relación de los Hermanos con los fieles laicos,
actualizando la formación sobre este punto y estimulando y organizando
encuentros de reflexión, estudio y oración compartidos;
. organizar
encuentros con los Colaboradores, para ofrecerles la oportunidad de conocer
cada vez más y mejor la identidad y la misión de la Orden;
. promover
la creación de grupos de Amigos de
la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios;
. estimular
la organización de una Asociación de
laicos, inspirada y animada en el "espíritu" de la Orden, con Estatuos que definan la identidad,
objetivos y finalidad de la misma.
Estructuras de animación y coordinación
128 La doctrina de este documento, exige a la
Orden cambiar ligeramente las estructuras de animación y coordinación.
En consecuencia, se distinguen las siguientes:
- Secretariado para la animación y coordinación
de los Colaboradores: su finalidad es promover, animar y coordinar cuantas
iniciativas y actividades faciliten las relaciones mutuas entre Hermanos y
Colaboradores.
En este Secretariado pueden participar,
indistintamente, todas las personas
que, de una forma u otra, colaboran en la misión de la Orden: Trabajadores,
Voluntarios y Bienhechores.
- Asociación de laicos "San Juan de
Dios": las Curias General y Provinciales, invitarán a los
Colaboradores que, desde una opción de fe, deseen participar más directamente
de la espiritualidad de la Orden.
[3] Declaraciones
del LXII Capítulo General, p. 30.
Por fidelidad a las
Declaraciones del Capítulo, cuando se refieren explícitamente a los
Colaboradores laicos, mantenemos esta terminología.
Con ésto no limitamos la
actitud de apertura de la Orden, según expresan las misma Declaraciones del
Capítulo General en la Introducción que, en uno de los párrafos afirman: «Nos
dirigimos también a tantos miles de hombres y mujeres que, como sacerdotes,
religiosos y religiosas, empleados, voluntarios y bienhechores, colaboran con
los Hermanos en la asistencia a los enfermos y necesitados».
Aprovechamos la oportunidad para resaltar la comunión y gratitud de la Orden con tantos sacerdotes, religiosos y religiosas que, junto con los Hermanos, expresan su entrega a la evangelización de los enfermos y necesitados.
[6] CASTRO, F. Historia de la vida y sanctas obras de Juan de Dios, en GOMEZ MORENO, M., Primicias Históricas de San Juan de Dios, Madrid 1950, p. 52. El destacado del texto es nuestro.
[8] SAN JUAN DE DIOS, 2ª. Carta a Gutiérrez Lasso (G.L.), 5. En lo sucesivo, las Cartas de San Juan de Dios las citaremos con las siglas del nombre de la persona a que va dirigida.
[9] Cfr. Const. de 1926, Arts. 221 b.; 223; Const. de 1982, nn. 6a.-d.; 43d.; 45; 69b.c.; 72b.; 103b.c.
[11] A este
respecto es interesante recordar los siguientes testimonios:
"... hijo mío Bautista, para
cuando vengáis a la casa de Dios... tendréis que obedecer mucho y trabajar
mucho más de lo que hasta aquí habéis trabajado: y todo en cosas de Dios,
desvelándoos por el cuidado de los pobres". L.B., 10.11.
"El cual (Juan de Dios) fue
el primer autor fundador y principio de vuestra regla e instituto, y de la
fundación deste vuestro hospital, obra santa y admirable adonde tan
Cristianamente estáis ocupados en prosecución de la obra comenzada por
vuestro primero fundador". Regla y Constituciones para el Hospital de
Granada. En Primitivas Constituciones, Madrid 1977, p. 9.
"Fue tan grande el ejemplo de vida que dejó Juan de Dios, y lo mucho que agradó a todos, que muchos se animaron a imitarlo y seguir sus pisadas, sirviendo a nuestro Señor en sus pobres y ejercitándose en el oficio de la hospitalidad por sólo Dios". CASTRO, F. O.c., p. 103
[20] Cfr. Const. 1984, nn. 2, 3, 12c., 14. Vale la pena citar el nº. 13, a.d: "...nos sentimos apremiados a vivir y manifestar con claridad la pobreza que hemos profesado. Esto nos exige: (...) - vivir nuestra condición de pobres aceptando, en libertad de espíritu, la obligación común del trabajo, como medio de sustento y de apostolado".
[34] Ibid., pp. 109-110. El Papa pone de relieve el peligro real que puede significar para la vida humana el uso indiscriminado de los avances de las ciencias biológicas y médicas y del poder tecnológico. Recuerda a todos los fieles la obligación de estar debidamente informados de dichos avances, y de las respuestas éticas que promueve y exige la Iglesia. "Deben, dice, aceptar valientemente los «desafíos» planteados por los nuevos problemas de la bioética". p. 111.