La relación del ser humano con el mundo que le rodea, sin duda, viene determinada por los valores que va adquiriendo a lo largo de su vida.

Algunos valores responden al  contexto cultural, otros se van incorporando gracias a las vivencias personales,  están los que van en consonancia con la personalidad del individuo, y muchos otros son reflejo de la educación recibida y del ejemplo de los seres más cercanos y queridos.

Con los años, he tomado consciencia,  de que la forma con la que mis padres se comportaban y cuidaban de sus padres, de mi hermana, de mí, de sus amigos,  de conocidos y desconocidos, respondía a la puesta en práctica del valor de la hospitalidad como  filosofía de vida.

 Esta forma de ser y de hacer,  me ha impregnado de forma  inconsciente  hasta llegar a la persona que soy hoy, lo que me genera un sentimiento de gratitud inmensa hacia ellos por regalarme este legado tan preciado, y a la vez, me supone una gran responsabilidad  la voluntad de seguir sus pasos  y conseguir transmitir este valor a mis hijos y allegados.

La hospitalidad se encuentra en las pequeñas acciones de cada día, en un saludo,  en una sonrisa, una caricia o una muestra de empatía hacia alguien que sufre, esto se aplica a la vertiente personal, y especialmente a aquellos profesionales que  tenemos la suerte de poder ayudar a personas necesitadas y vulnerables. La hospitalidad humaniza al humano y dignifica a la persona, siendo una fuente de contagio  que nos lleva a disfrutar  de lo mejor que nos ofrece la vida.